57. Imbécil

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Levantó sus ojos y me repasó con una mirada, como si fuera capaz de ver mis pensamientos. Realmente temí que fuera así por un segundo.

—Se lo advertí, pero no me hizo caso. Esta cavando su propia tumba.

Se encogió de hombros con despreocupación. Me sonrió y bajó el libro. Me ofreció asiento indicándome con su mano otro sillón cercano. Negué rotundamente, cabreada. Él suspiró y procedió a convencerme:

—Damon está reunido con los Grandes Demonios. Ahora mismo está mucho más cabreado que tú, te lo puedo asegurar. Si quieres una batalla, una pelea a cuchillos, ve a buscarlo, no te lo impediré, es más, te acompaño. Pero, si quieres buscar una alternativa algo más, burocrática, te sugiero que te sientes y esperes a mi lado.

Volvió a ofrecerme el sillón. Me dejé caer sobre el cuero marrón. El joven siguió con sus ojos pegados en las páginas.

—Le dijo a Eathan que abrí la tumba de su padre —dije finalmente.

—Lo sé...

—Me dijiste que estaba indispuesto cuando se fue de la fiesta, me mentiste.

—Quería cenar tranquilo —afirmó el Demonio pasando la página—. No me gusta meterme en la vida de los demás. Es el secreto para conservar la inmortalidad. Parece que Damon lo ha olvidado, creo que vas a matarlo.

—Debería —grazné conteniendo mi ira. Él aguantó una risita de nuevo.

—Me aseguré de que tu amigo estuviera bien. —Lo miré de golpe, él me devolvió el gesto—. Lo llevé a su casa como me pidió. Volví al amanecer y comprobé que solo iba algo bebido y seguía aferrado a un retrato de su madre. Una estampa poco varonil, pero enternecedora.

—Eathan ha sufrido mucho por culpa de su padre... —murmuré.

—Exacto. Por su padre. No por ti. No por Damon. No por iros a abrir su tumba. Esto no hubiese pasado si Alarich no hubiese sido un traidor, pero lo era. No eres tú la que ha dañado a ese chico, y por mucho que te cueste verlo, Damon tampoco.

—Damon se lo dijo porque quiere alejarme de mi amigo.

—Si se aleja de ti por esto, no lo consideres amigo. La amistad verdadera soporta cosas peores.

Pasamos un largo rato juntos en silencio. Observaba ese lugar, una y otra vez, fijándome en detalles de las molduras de las estanterías de madera oscura. Mirando los detalles del suelo de baldosas negras y brillantes, con pequeños destellos de iridiscencias doradas. Miraba a Robert de reojo, cada vez que bebía, cada vez que movía uno de sus dedos. Una presión en mi pecho y me obligué a recuperar mi postura rígida y a levantarme del sillón de golpe.

Se acercaba, estaba avanzando hacia nosotros. Podía sentir el castillo temblando bajo sus pies. Las alas de la puerta se abrieron ambas a la vez y tras ellas apareció Damon. Con su camisa de seda negra, abierta hasta más allá de sus pectorales. Tiró la corona al suelo, como si la despreciarse. Se arremangó mientras se acercaba.

Un aura de oscuridad crecía a su alrededor hasta que la luz del ventanal central se cernió sobre su cuerpo. Sus ojos, clavados en los míos, y yo lo iba a obligar a bajarlos. Robert seguía como si nada, leyendo y obviando nuestra presencia, nuestros poderes rompiéndose a golpes invisibles ante él. Levanté mi mentón en un gesto mordaz.

—Eres imbécil —afirmé sin un halo de emoción en mi voz.

—No te prometí nada. No de palabra.

Contuve mi poder de nuevo, evitando que se llevasen mis llamas la biblioteca entera. Él siguió con su mirada vacía observándome. Y espetó:

—No salió de mi boca nada similar a: «Te prometo mantener este secreto», así que, no rompí promesa alguna.

ERALGIA III, La AlianzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora