53. Obstinada

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A los primeros rayos de sol Edward invitó a Yarel a retirarse. Conocía esa mirada, se la había visto antes. Damon y yo también nos las lanzábamos cuando deseábamos encontrarnos en solitario. Ambos reyes se despidieron de forma cordial, con la invitación de Yarel hacia la corte de Damon de asistir a un baile en Eralgia en el plazo de diez días.

En pocos minutos, la sala del trono se vació por completo, dejando a Zalir dormida sobre una silla junto a Belfegör, apoyado a ella. Robert era el único que mantenía la compostura. El chico se acercó a nosotros y observó el panorama para finalmente decir:

—Me ocuparé de ambos cadáveres.

—Dales un besito de buenas noches cuando los metas en su cama —bromeó Damon.

—O podría encerrarlos junto con los demonios Ruthe y reírme cuando despertasen. —Los dos se echaron a reír a carcajadas. Robert me dedicó una hermosa sonrisa—. Espero que su alteza haya disfrutado de la fiesta.

—Muchísimo —afirmé.

El chico amplificó la mueca de alegría y se retiró, haciendo desaparecer los cuerpos de sus moribundos amigos. Damon se fue hacia el trono, lo seguí con los tacones en las manos. Estaba agotada. Se plantó frente a él y lo observó.

—Te queda mejor a ti —afirmó él.

Me miró por encima del hombro y sonreí negándole esas palabras. Nos quedamos de pie, mirando esa escultura de diamante negro. Sus sombras estaban rodeándonos a los dos, como si quisieran protegernos de los rayos de sol. Una de ellas se regodeó en mi cuello, una caricia tierna.

—¿No te sientas? —pregunté señalando el trono con el mentón. Se encogió de hombros.

—Prefiero que lo hagas tú. Así cuando no estés podré oler el terciopelo de la silla y recordarte. —Le di un golpe en el brazo y ahogué una risita—. Siéntate —ordenó él. Enarqué una ceja—. Solo hazlo, deja de poner esas caras, gruñona.

Me senté de nuevo en esa tela negra y pasé mis manos sobre ambos reposabrazos. Levanté el mentón, airosa, mostrándome poderosa. Crucé la pierna con total intención de exponer mi piel. Miré a ese demonio desde abajo, él sonrió de forma felina.

Damon hizo una genuflexión ante mí, apoyando su cabeza sobre mi rodilla. Me sobresalté al verlo inclinarse de ese modo. Él besó la piel desnuda que asomaba por el corte de la falda con devoción absoluta, y yo deslicé los dedos sobre su cabello de seda, perdiéndome en esa suavidad. Separó los labios un segundo y murmuró:

—Eres mi religión... Mi anhelo. —Dejó un beso sobre mi muslo—. Mi furia. —Otro beso más arriba—. Mi debilidad. —Beso—. Mi veneno. —Otro beso y me miró a los ojos—. Eres el único ser ante el que me arrodillaré. Que se apagué el fuego del infierno si alguna vez dejo de amarte.

Se quitó la corona y la dejó a un lado. Sus labios siguieron subiendo por mi muslo en besos largos. Erguí mi cuerpo. Arrastré las manos hacia él, levantándole por las solapas de la chaqueta hacia mi boca. Abrí las piernas, deseando que se apretase contra mí. Rodeó mi cintura con sus brazos y nos reclinamos sobre el trono.

—Eres la peor de las drogas, Damon Abygör... —gemí entre besos— Eres mi maldita destrucción, y por todos los Dioses, hazlo. Rómpeme las bridas, las cadenas, las riendas... Rómpelo todo —rogué sintiendo su cuerpo rozando el mío.

Un portal nos engulló. Mi espalda se hundió en el colchón. La habitación de la Reina, mi alcoba. Rodamos juntos sobre la cama, tiramos al suelo los vestidos que todavía yacían sobre ella.

El sol se levantaba con fuerza sobre el árido desierto que rodeaba la fortaleza, mientras, nosotros, encerrábamos el calor del mundo entre nuestras pieles, juntas, ardiendo y quemándose una a la otra.

ERALGIA III, La AlianzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora