No negué que la frialdad con la Eathan había hablado de eso había abierto una brecha muy grande en mi pecho. Pero, Eirel Kashegarey era mucho más que una muchacha muerta por dentro por haber conocido el amor verdadero durante unos segundos de su vida. Había pasado de largo, fin.
Eathan y yo teníamos amistad. Punto. Ríete de mí estoicismo, de mi fuerza de voluntad y de mi determinación. Siempre tuve tendencia a subestimar mis emociones negativas. La ira, la rabia, todo aquello que Damon consideraba sentimientos, esos que nos movían.
Rodé el anillo de Damon en mi dedo, y esta vez, sin suplicas ni rezos. Desatando mi furia a través de él, en un llamamiento ardiente, en algo que crecía en mi interior. Como si desease que la fuerza de Damon acabase de una vez por todas con eso que se me había enquistado, para que me arrancase a Eathan del pecho, para quedarse solo él.
Damon lo había intentado, de forma silenciosa, poco a poco, y yo no le había dejado, hasta ese momento. Lo que en verdad estaba pasando era que yo sabía que iba a estallar, y que el único capaz de contenerme, era él. Rodé el anillo de nuevo:
—Ven aquí o llévame contigo, ahora. Maldito Demonio cobarde.
La sombra se apoderó de la luz de ese despacho. Me engulló por completo, en un tirón duro, como si una bestia quisiera arrastrarme hasta sus fauces. No sentía nada ni por su parte ni por la mía. Solo ardía en mi pecho algo similar a la ira, a la sed de venganza.
Venganza hacia el golpe en mi vidriera, porque dolió, eso fue jodidamente doloroso. Lo había llorado entre mis brazos y el imbécil lo negaba todo. Todo. Necesitaba olvidarlo, necesitaba saciar la sed de piel y garras con el único ser capaz de soportar mi ira con la suya.
—Creí que seguirías pegada a sus labios, asegurándote de que respiraba.
La voz de Damon resonó en mis oídos antes de revelarse ante mí una inmensa habitación, similar a la alcoba de la Reina, pero más grande y oscura.
—Pues vamos a tener compañía, chicas... —murmuró él.
Dos hermosas jóvenes, de cuerpos curvos, rellenos, voluminosos, diosas de pieles oscuras. Melenas largas, pieles negras, con reflejos dorados. Desnudas a ambos lados de su cuerpo, encaramadas a su torso desnudo, en una cama del tamaño de un portaaviones. La alcoba del rey. Paredes y muebles negros. Sabanas ónix. Él llamó mi atención con su voz de nuevo:
—Creí que estarías haciendo lo mismo con tu perrito faldero, ¿Me adelanté o me entretuve? —Contuve mi poder hirviendo en mis venas—. Adoro sentir tu ira ahora mismo —alardeó.
—Apuesto a que adorarías más que desatase todo mi poder contra ti ahora mismo —objeté.
Él curvó sus labios, divertido. Paseó su dedo en los pliegues de piel de una de esas chicas, en círculos perezosos, haciéndola reír de forma risueña.
—Me encanta ver como empatizas conmigo. Puedo escuchar cada latido, cada aliento, cada tripa tuya anudada de rabia... ¿No lo percibiste por mi parte la otra noche? —Levanté mi mentón con orgullo.
—Dejadnos solos —ordené a esas féminas.
—No, las deseo a ambas a mi lado —replicó él. Volví mis ojos hacia ellas.
—No voy a pedirlo dos veces.
—No tienes poder sobre ellas, se quedan —dictaminó—. Si quieres te unes, sino te vuelves a comerle los morros a tu mejor amigo ¿O es futuro marido ya? —Di un paso hacia la cama, otro. Me planté delante de él.
—Damon Abygör, obedece a tu Reina.
Una chispa brilló en sus ojos. Mostró sus dientes, divertido, y cruzó sus piernas.
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ERALGIA III, La Alianza
FantasyTERCERA PARTE Estar muerta no es agradable, lo he comprobado. El Balakän era el escondite de Axel, nuestro tablero de juego, y yo, como Reina iba a tumbar ese falso Rey. No esperaba que ese viaje que emprendía fuera a rebelarme la belleza que escon...