42. Reguina

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El olor a especias me envolvió. Abrí mis ojos y observé a mis costados. Vilangiack jamás había olido de esa forma, con esa intensidad en el aire.

Nos encontrábamos en una enorme avenida, de edificios altísimos, de cinco o seis plantas. Solo había visto ese tamaño de edificaciones en el mundo humano. Los equilibrios que estas formaban eran imposibles, había algunas que parecían descansar solo sobre dos columnas torcidas, otros apoyándose en algún poste de madera pintada de mil colores.

Los colores... Vibrantes, neones, fluorescentes y mágicos...

Rojos, verdes, amarillos, rosas brillantes... Bajé mi mirada hacia el vulgo de gente que paseaba por esa calle, deteniéndose ante comercios en los que los escaparates parecían tiendas de animales, cuando en sus carteles dejaban ver que eran carnicerías. Un ligero aroma metalizado, a sangre, salía de esos lugares, disfrazado con las especias.

Seres de mil formas se cruzaban con nosotros, mirándonos en movimientos esquivos y furtivos de pupilas. Seres con rostros reptilianos, o con sus carnes cubiertas de pelo animal. Seres andróginos, similares a un humano. Sus peculiaridades características animales parecían ser un orgullo para ellos, pues las resaltaban, adornando sus cuernos caprinos con aros dorados, aplicando brillos sobre sus escamas, o tiñendo sus pelos de colores vivos.

El aire estaba colmado de aromas variados. Olía a sales, a mil flores distintas, a jabones varios, a perfumes, a par horneado y especias como el tomillo, la cúrcuma o la canela. El jengibre y la pimienta se mezclaban con el olor de rosas, lavanda, o romero. Cerré mis ojos e inhalé esos agradables contrastes.

—Bienvenida a Reguina, colosal y gloriosa capital de Save.

La voz de Damon sonaba tranquila, se sentía a gusto en ese lugar. Lo miré de soslayo, observando sus hombros relajados y las manos sostenidas tras la espalda. Esa casaca negra con su camisa que dejaban ver la parte delantera de su torso ligeramente. Jamás lo había visto sonreír de forma tan placida.

—¿Imaginabas algo similar? —preguntó.

Negué repetidamente como única respuesta. Todo era de una belleza sobrecogedora. No tenía palabras, no podía expresar de ninguna forma todo lo que esa ciudad me estaba mostrando. Empecé a andar por inercia, por necesidad de ver más lugares de ese hermoso sito.

Me había acostumbrado al orden de Vilangiack, a las calles perfectamente pavimentadas de mi capital. A sus casas de no más de tres pisos, de techos y fachadas idénticos. Me gustaba admirar las pocas flores que vestían sus balcones, o sus ventanas, por las motas de colores que aportaban, en cambio, Reguina rebosaba color, variedad, aromas desconocidos, gentes intrigantes...

Anduve por horas entre las calles y callejones de esa metrópoli, según Damon, un tercio de ella apenas. Me dejaba fascinar por sus habitantes, por los tipos de rostros que me cruzaba, por sus múltiples bellezas, ilógicas y exóticas, con expresiones cargadas de orgullo por ser diferentes al resto.

Había seres cuadrúpedos con cuerpos de insectos que poseían rostros dignos del más bello de los dioses, seres de semblantes animales, bestiales, con cuerpos de adonis. Machos y hembras, criaturas pequeñas, todos eran peculiares y divertidamente diferentes.

Damon me miraba muchas veces, disfrutando de mi asombro, de mis ganas de ver cosas nuevas. Había recuperado de golpe esa sensación de necesitar más, de ver más, y agradecía la eternidad que venía por poder regalarme ese tiempo, del que muchos no disponían, para seguir admirando las bellezas de ese mundo.

Había pasado tanto tiempo corriendo a contra reloj contra las amenazas que apenas había parado a disfrutar de eso, lo banal, lo mundano, por llamarlo de algún modo.

ERALGIA III, La AlianzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora