16. Consejero

119 16 24
                                    

Eathan me arropó ligeramente. El frío y la humedad de ese edificio se apoderaron de mí, estaba casi convencida de que Kayen volvería, de que lo recuperaríamos y volveríamos a ser nuestro maravilloso equipo, pero, tenía miedo.

Al igual que en mi interior sabía que todo iba a salir bien, también había una parte de mi ser que no estaba tan seguro, que lo veía todo demasiado difícil, que no había perdonado a Kayen por sus errores, fueran inducidos o no.

Salimos de la prisión, era de noche, había pasado buena parte de la tarde ahí dentro. Perdía la noción del tiempo en un lugar tan cerrado. Eathan me arropó con fuerza contra él, al ver que estaba empezando a tiritar.

Pese a que estábamos en primavera, casi verano, esos días hacía mucho frio. Entramos corriendo en el palacio. Me encontraba mejor, sentía que mi cuerpo cada vez pesaba menos y que respondía mejor a los esfuerzos físicos.

Me dirigí a mi habitación, me quité la coraza, las botas y todo cuanto llevaba de protecciones y lo tiré sobre un sillón. Me tiré sobre la cama y me enrollé con una manta. Eathan se puso a reír y recogió una muñequera que se me había caído al tirarla.

Se quitó la coraza, las botas y el resto de los elementos y los dejó al lado de los míos. Se acercó a mí y abrió la manta. Se sentó justo tras mi espalda y me envolvió entre sus brazos. Me acunó ligeramente y un escalofrío me recorrió toda la espalda al sentir su aliento sobre mi nuca.

—Estás helada. Enrollada de esta forma pareces una empanadilla. —Dejé escapar una sonora carcajada—. ¿Somos relleno de empanada?

Asentí y me acomodé mejor entre sus piernas, girando ligeramente, para poder abrazarme a su torso. Eathan se puso a reír y me susurró contra mi frente:

—Dios mío, eres la cosa más mimosa del mundo entero, te lo juro, estás muy consentida. Con lo fuerte e independiente que eres, deberías acunarme tú a mí, señorita Kashegarey. —Negué y le miré con ojitos de conejito muerto.

—Pero ahora estoy malita, necesito mimitos... —remoloneé. Eathan empezó a reírse y yo me quedé mirándolo embobada.

Esa sonrisa, la de mi mejor amigo, era tan bonita... Tan sincera, pura y autentica, tan única e irrepetible, tan bella, tan suya, tan mía... Porque solo le había visto sonreír así conmigo y para qué negarlo, yo también le sonreía a él de otro modo, con más ganas, con más sinceridad, con más corazón.

Porque era consciente de que entre sus brazos jamás iba a pasarme nada malo, porque era tal nuestro vinculo, que, a mil kilómetros, nuestros corazones seguían latiendo al compás. Porque a un paso o a cien... Seguiríamos luchando juntos.

Yarel, Edward, Eathan y yo cenamos juntos en la habitación de Yarel, bueno, de Yarel y de un brujo que la había tomado como residencia. Mis amigos hacían una pareja preciosa, atípica en todos los sentidos, pero, tan bonita y tierna, que lo único atípico, hubiese sido no amarlos.

Yarel tenía un brillo especial desde que Edward había aparecido en su vida, y Edward, de por sí ya brillaba, pero le chispeaban los ojos cada vez que en ellos se reflejaba su rey. Ambos eran antitéticos, distintos, opuestos, y a la vez, juntos, formaban algo perfectamente encajado.

Eran como dos piezas estrafalarias que armadas una junto a la otra, creaban un mosaico de colores, sensaciones, sentimientos y ternura que ni el mejor de los artistas hubiese sido capaz de copiar.

Me quedé sola en mi habitación tras haber cenado, Eathan se había ido a darse un baño y yo necesitaba también estar conmigo misma, pensar, centrar mi cabeza. Releí el documento del Consejo hasta aprenderme de memoria cada uno de los trazos de su tinta. Teníamos opción a reclamar, a luchar por Kayen por lo menos por sesenta días y según Yarel, el plazo podía ampliarse con algunas lagunas legales.

ERALGIA III, La AlianzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora