Un arma letal, directa a mi garganta en menos de lo que duraba un pestañeo. Un dolor agudo sobre mi yugular.
Golpeé la mano que lo sostenía, atrapé el mango e hice girar la empuñadura entre mis dedos. El grito de mi hija me hizo dar cuenta del movimiento exacto que había hecho, clavándolo en el cuello de nuestro atacante, esquivándolo a medias en su primera estocada.
Su sangre se esparció por mi mano izquierda, todo lo que Damon me había enseñado sobre lo de ser ambidiestra, tomó sentido. Eathan se abalanzó sobre nosotras. La niña se aferró a su padre y se perdieron entre la multitud, estaba asustada, lloraba. Una calma pétrea se apodero de mí.
Mi mano seguía sujetando el puñal de mango negro contra la tráquea de ese niño... Un joven, un chaval de no más de quince años. Sus ojos avellana perdieron el brillo en segundos. El peso de su cuerpo descansaba sobre mi mano, sobre el filo de una daga.
Un par de lágrimas rodaron por mis mejillas y me temblaron los dedos. La mano de Damon encontró la mía, en medio de ese salón, su tacto suave me devolvió un latido. Sujetó el cuerpo del niño y lo dejó caer lentamente al suelo.
Llegó a mí un grito de mujer. Sonó desde la ventana, desde el exterior, una chica de cabellos dorados gritaba y golpeaba el cristal, maldiciendo mi nombre. El lugar quedó en silencio. La sangre, caliente, descendía por mi cuello con lentitud, con cada vez menos y menos flujo mientras se cerraba la herida.
Mi peso golpeó el suelo por las rodillas. Me dejé caer. No por dolor, no por ese rasguño, sino por la mirada sin vida de ese niño... Por el grito de esa muchacha ¿Cómo había llegado a eso? Debí reaccionar antes, bloquearlo... Pero lo había matado, sin opción a cura, a resurrección alguna.
Los brazos de Damon me levantaron del suelo a plomo. Yarel ordenó la evacuación del palacio y el cierre total de sus puertas y entradas. Un terrible murmullo de gente, algunos comentarios bajos. La noche me envolvió, las tinieblas nos acariciaron y la habitación del Guardian que yo poseía en palacio se reveló ante mí.
—¿Por qué quería hacerle daño a mamá? —preguntó Anna llorando.
—Hay seres malos a veces, mi amor... —respondió Eathan en un susurro.
La voz de mi hija me obligó a esconder mi descosido, a ocultar lo rota que estaba, a levantar mi cabeza, a buscarla. Necesitaba saber que estaba bien, viva, a salvo. Damon me dejó en el suelo cuando pataleé un par de veces.
Eathan acunaba a Anna en su regazo, sentado en el sillón que yo había dejado frente a la ventana. Me acerqué a ellos y me dejé caer de rodillas frente a mi niña. Besé su frente, aferrándome a mi coraza, a mi pecho para sentir que eso era real. Que estábamos vivos, a salvo.
Ahogué un quejido y Damon se arrodilló a mi lado, buscando mi herida. Negué, no me mataría. Eathan me tendió a Anna, la pequeña se estremeció al ver mis manos sucias de sangre. Retrocedí, escondiendo los dedos en mis piernas. La grieta de mi alma se hacía cada vez mayor. Engullí y forcé una sonrisa mirándola, mi pequeña...
—Déjala contigo, ella está bien así...
Apoyé mi cabeza en la rodilla de Eathan, su mano acarició mi trenza. Damon pasó su mano por mi espalda.
—Solo fue un susto... —dijo Damon. Miré al demonio y negué con lágrimas en los ojos.
—Era un niño... Ese chico tenía toda una vida por delante y se la he quitado...
Damon me acercó a él, sentándose a lado de la pierna de Eathan, arropándome en sus brazos, cerca de mi amigo.
—Iba a matarte, a ti, a tu hija, a quien fuera. Protegías tu vida y, sobre todo, protegías a tu niña. Su vida estaba condenada desde el momento en el que decidió empuñar ese cuchillo contra ti, Eirel.
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ERALGIA III, La Alianza
FantasyTERCERA PARTE Estar muerta no es agradable, lo he comprobado. El Balakän era el escondite de Axel, nuestro tablero de juego, y yo, como Reina iba a tumbar ese falso Rey. No esperaba que ese viaje que emprendía fuera a rebelarme la belleza que escon...