Mi cuerpo encontró el suelo antes de lo que esperaba, gemí de dolor y escuché el golpe del cuerpo de Eathan. Una antorcha apareció ante mis ojos, cegándome.
—¿Quién sois y qué buscáis en un lugar así, Eldas asquerosos? —preguntaron. Era una voz ronca, pequeña. Levanté la mirada lentamente.
Un ser diminuto, puede que de menos de medio metro se encontraba plantado frente a mí. Tenía el aspecto de un hombre menudo, de ojos oscuros y una densa barba negra. Me observaba detenidamente. Se acercó a mi rostro, mirándome de cerca, y yo pude sentir el olor a rancio que desprendía su ropa, mugrienta y oscurecida por hollín y otras sustancias. Supuse que era un gnomo, así que supe que estaba en el sitio que quería estar.
—Soy el Guardián de Escolapio, necesito encontrar el Templo Ancestral de Dhör, por favor. No quiero haceros daño alguno, solo busco el templo, lo juro.
Rebufé mientras luchaba contra un lazo que todavía me apresaba, raíce. Un grito de dolor de Eathan me revolvió las entrañas.
—¡Él es mi amigo! ¡Dejadle!
El hombrecito habló en su propio idioma a un par de menudos como él. Entre ellos se dijeron groserías ininteligibles que terminaron en una amenaza con una navaja al cuello de mi captor.
—No hay templo para usted ni para su amigo. Vamos a retenerlos y pediremos un buen rescate. —Enarqué una ceja—. Seguro que su país va a pagar mucho para recuperarla.
Entrecerré mis ojos al ver la antorcha tan cerca de mi pelo. Centré mi poder, sintiéndolo dentro de mis venas y el lazo se aflojó. En un movimiento rápido le arrebaté la antorcha al gnomo, y hundí sus pequeños pies en la tierra de nuestro alrededor, a mi captor y a los otros dos que lo acompañaban.
Dejé la antorcha al suelo y me levanté bruscamente para ir a ayudar a Eathan mientras ellos me maldecían. Al empezar a enderezar el cuerpo me golpeé con fuerza en la cabeza y ahogué un quejido. Me había dado en toda la coronilla. Eathan soltó una risotada mientras lo desataba.
—Te has matado dos neuronas —afirmó descojonándose.
—No hagas ningún comentario, o te dejo aquí —lo advertí. El Protector negó entre risitas ahogadas.
—Has hecho una claraboya en la madriguera con tu cabeza. —Se levantó con cuidado, apenas podíamos poner las rodillas rectas—. ¿Estás bien? —Afirmé rascándome el golpe— ¡¿Leiko?! —voceó.
Su grito resonó en las cavidades de esas galerías. No hubo respuesta. Eathan cogió a uno de los gnomos con su brazo, le arrancó del suelo y se lo llevó a la altura de sus ojos.
—Vamos, pequeño, canta —ordenó con pasividad y agresividad en su tono.
El diminuto señor, de piel negra y ojos claros escupió en la cara a mi amigo. Me palmeé la mejilla, ese quería morir.
—Eldas asquerosos —maldijo el tipo.
Vi en los nervios del cuello de Eathan la necesidad de tirar ese muñeco a dos millas de distancia. El pequeño ser me miró y vi la oportunidad de mejorar la situación.
—¿Queréis dinero a cambio de información? Podemos llegar a un acuerdo, pero en fuerza no nos vais a ganar. —Miré a los otros dos—. Vengo de forma pacífica, por favor, no me obliguéis a haceros daño alguno, os lo imploro.
Se miraron entre ellos y afirmaron. Los dejé salir de mi trampa, liberando sus piernas de la tierra cuando se esfumaron, incluso el que mi amigo mantenía prisionero de sus zarpas. Eathan suspiró y me miró enternecido.
—No puedes liberar un gnomo. Una vez lo atrapas, hay que hacerle jurar lealtad antes, sino se escabullen. —Asentí rendida.
—Apuntaré eso en la lista de cosas que me hubiese gustado saber antes.
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ERALGIA III, La Alianza
FantasyTERCERA PARTE Estar muerta no es agradable, lo he comprobado. El Balakän era el escondite de Axel, nuestro tablero de juego, y yo, como Reina iba a tumbar ese falso Rey. No esperaba que ese viaje que emprendía fuera a rebelarme la belleza que escon...