70. Hermano

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Todo era confuso, todo estaba mezclado en un batiburrillo en mi mente. Me froté las sienes y pasé mis dedos por mis labios, sintiendo mi corazón alterarse ante ese paseo de mis yemas. Me armé de valor, miré mi mano izquierda, mi dedo anular.

Rodé en anillo sobre mi dedo, como si pasase las cuentas de un rosario, en un rezo casi devoto, arrepentido, con el corazón abierto sobre el pecho para que él pudiera ver lo mucho que me dolía lo que había tenido que presenciar.

Damon, necesito hablar contigo, por favor. Llévame a ti, llévame lejos de aquí...

No hubo respuesta alguna.

En algunas ocasiones yo podía sentir cierto recelo por ese anillo cuando él se negaba a verme. Yo podía sentirlo a él de algún modo, a través de su poder, pero esa vez... Esa vez no había nada al otro lado, como si él hubiese tirado su anillo, ese anillo mental que me ataba a su presencia.

Mordí mis labios, resollé, intentando calmarme, intentando justificar mi fallo, convenciéndome que eso había sido algo esporádico, fortuito por la situación en la que estábamos, que no significaba nada para mí. Mentira, y él lo sabía, mucho antes que yo.

Pensé en Robert, le imploré a ese demonio que me llevase hasta Damon, pero, de igual forma, no obtuve respuesta. Me dejé caer rendida sobre la arena. Un portal engulló a todos, dejándome sola en medio del desierto, con la arena negra de las Selkyes aun danzando a mi alrededor.

Un par de segundos después, Edward se sentó a mi lado. Nos quedamos mirando las estrellas, ese manto de luces brillantes en lo alto de nuestro celeste techo. La luna, pequeña, menguante.

Me abracé los hombros, y apoyé mi cabeza en el hombro de mi amigo. Él me arropó ligeramente, acogiéndome en el nido de su brazo. Dejándome acariciar con mi oído su pecho, escuchando sus latidos, lentos, bellos, tranquilos. Sollocé y me apretó más, animándome.

—Creí que perdía a Eathan... Y terminé perdiendo a Damon... —tartajeé entre sollozos.

Un par de lágrimas rodaron por mis mejillas. El brujo negó, me acarició el pelo, encartonado y crespado por el mar, las vísceras y toda la suciedad que acumulaba.

—No has perdido a ninguno de ellos, Eirel... —Suspiró—. Damon prefirió no verlo en persona, eso es todo. Déjale un par de días para que destroce unos cuantos monstruos, para que arremeta su ira contra algo que no sea Eathan o tú, y volverá como nuevo...

Lo dijo con tranquilidad pese afirmar que ese Demonio quisiera matarnos a todos por haber besado a mi amigo en su presencia. Miré a Edward, él tenía sus iris negros fijados en el cielo. Marcó una preciosa sonrisa y siguió hablando:

—Olvidaba lo bello que es Save... Olvidaba que pese a ese calor y ese frio tan asfixiante de su clima, en él hay la templanza, el poder acurrucarte en cualquier lado, y sentirte confortable en él...

Bajó sus ojos y los paseó sobre mi rostro empapado. Repasó con un dedo la línea de mis pestañas secándome la humedad con una sonrisa tierna... Y murmuró:

—Hay luces preciosas que sin oscuridad no se apreciarían del mismo modo, Guardián, las hay en todos lados, también en las personas. Damon te ama, puedo jurártelo hasta por el último de los granos de arena de este desierto... Pero, cielo, no juraría que tú lo amas a él, al menos, no del mismo modo...

Se me clavó eso en el pecho. Fue una roca que cayó sobre mi estómago y se hizo un peso insostenible, una verdad profunda. Puede que esa piedra existiera desde siempre, y que escucharlo de boca de Edward me hubiese hecho consciente del peso.

—Deberás hablar con él, con ambos. Asegúrate de que lo que vayas a decirle a Damon sea tan cierto como que la noche es negra, porque, si no, lo vas a destrozar, Eirel. Solo tú puedes herirlo de esa forma y no te lo perdonaría...

ERALGIA III, La AlianzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora