Frente a la puerta del salón se abrió un portal colosal. Las sombras negras se retortijaban alrededor de un aro perfecto, un agujero negro que conectaba cientos de miles de kilómetros en un simple pliegue del espacio-tiempo. Damon podía hacer eso, y más, con todo el poder que poseía.
La fragancia de Vilangiack, dulce, tierna, canela... llegó hasta mí. Tensé mi cuerpo entero al analizar todo lo que iba a pasar en ese condenado instante.
Yarel tiró un pie desde el portal y tras él aparecieron todos aquellos invitados de Eralgia. Mis ojos se fueron directamente a la izquierda del rey, Eathan.
En ese segundo mi corazón perdió un latido. Su coraza verde viridián, rematada con su camisa clara. Las correas del cinturón de su espada abrazaban sus caderas. Su cabello, revoltoso, como si el portal lo hubiese sacudido.
Mi instinto gritaba que me levantase de ese trono y corriera hacia él a decirle que Save no era más que una bestia dormida, que debíamos preparar un plan de contingencia, por muchas promesas que hubiese hecho Damon.
El Rey de Save seguía pegado a ese trono, con sus brazos cruzados sobre su pecho, menos inclinado hacia mí, pero, cediéndome todavía su sitio. Yarel se acercó a paso lento, observando con impavidez las criaturas que lo rodeaban, y lo admiré por eso.
Edward andaba algo más retraído, ambos vestían de azul y plata, cada uno con su propio estilo, pero manteniendo los colores de Eralgia sobre sus cuerpos. La mano de Yarel aferrada a la empuñadura de su espada, con los nudillos blanquecinos de la fuerza que estaba haciendo, era lo único que delataba en él algo de nerviosismo. Se plantó frente al trono, observándome.
Sus ojos, argentinos se plantaron sobre los míos, luego sobre los de Damon. Su mirada se paseó sobre las coronas que ambos sosteníamos en las cabezas, y yo, me fijé en la suya, dorada y resplandeciente sobre su rubia testa.
Forcé mi mejor sonrisa, intentando liberar una tensión creciente. Damon se levantó con sus manos tras su espalda y vi un ápice de pavor en los rostros de los Eralgios del fondo de la sala.
El Rey de Save descendió las escaleras en un gesto despreocupado. Dejó que parte de su poder levitará por el lugar, una demostración de fuerza desproporcionando, teniendo en cuenta que Yarel era una simple mota de polvo ante todo lo que ese Demonio tenía corriéndole por las venas. Estuve tentada de reducirlo con el mío, de equilibrar la balanza como le había dicho a Edward horas antes.
Damon se detuvo y rodeó levemente al rubio. Un paseo como lo haría un lobo viejo con uno de joven. Reconoció la presa, y el chico en ningún momento se mostró asustado. Yarel tenía la voluntad de hierro, o iba drogado hasta las cejas. Muchos se hubiesen arrodillado solo de pensar en que tenían tras la espalda al ser más poderoso del maldito Balakän rodeándolo como un buitre hambriento espera un cadáver.
—Su Majestad —empezó Damon—, es un infinito placer tenerle en nuestro palacio. Espero que el calor de Save le sirva de aliciente para deleitarse con nuestros vinos durante la cena. —Damon sonrió por encima de su hombro a Yarel.
—Estaré encantado de probar y conocer todo aquello que deseéis mostrarme de vuestro rico y copioso país.
Yarel le devolvió esa sonrisa a Damon, falsa, fría, fingida. Mi amigo mostraba sus dientes, blancos y brillantes, esa sonrisa hechizante que tenía que hacía que hasta el peor de sus enemigos lo tomase por un suabe y blandito peluche, sin saber que iba relleno de pólvora. La mayor habilidad del Rey de Eralgia era saber actuar como aquello que no era, llevaba toda su vida fingiendo.
—Acompañadme —lo invitó Damon con elegancia—, haremos las presentaciones pertinentes de forma más distendida. Odio la burocracia. —Yarel ladeó su cabeza dejando que su cabello rubio, algo más largo, rozase su hombro. Una sonrisa tierna asomó por sus comisuras.
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ERALGIA III, La Alianza
FantasyTERCERA PARTE Estar muerta no es agradable, lo he comprobado. El Balakän era el escondite de Axel, nuestro tablero de juego, y yo, como Reina iba a tumbar ese falso Rey. No esperaba que ese viaje que emprendía fuera a rebelarme la belleza que escon...