Eathan y yo salimos andando lentamente, observando las montañas de oro y joyas que cubrían los suelos de esa formidable cámara. Cada paso estremecía mi alma. Ese niño huérfano solo por el peso de una guerra sobre su tierra. Tenía poder sobre él sin capacidad alguna para dominarlo, y encima estaba encerrado en un lugar como este.
Me estremecí al pensar en Anna, eran de edades similares. Miré a Eathan. Ambos, ambos éramos los padres de esa niña, y si nos pasaba algo... Ella quedaría sola como ese pequeño. El corazón se me encogió como madre. Mi hija ya había perdido una vez a sus padres, ahora que había recuperado un hogar, una familia, ambos estábamos constantemente con el filo de un arma en la yugular.
Un par de enanos, de un metro y poco de altura, rechonchos, regordetes y ensuciados de tierras y carbones nos esperaban de pie en una escalera larga que se perdía en la inmensidad de la oscuridad que cubría el techo de ese bosque. Ambos estaban escupiendo mientras hablaban y nos miraban con desprecio. Intenté aguantar como buenamente pude un arrebato de repartirles un par de mazazos a cada uno cuando escuché «podríamos venderla como prostituta».
Leiko apareció al lado de la escalera, con una bolsa pequeña de cuero en sus manos. Me mató con una de sus miradas esquivas, y yo la correspondí. Estaba hartándome de tener paciencia con su condescendencia.
Eathan se adelantó a mí ligeramente para acercarse a la bruja. Se quedaron mirando por unos segundos mientras ella empezaba a andar hacia la salida. Él la siguió. Eathan iba tras ella, intentando poder hablar con esa cabrona. Me detuve en el primer escalón.
—¿Todo bien, Leiko? —pregunté levantando la voz.
Ella arqueó ambas cejas al escucharme, me observó desde arriba, unos peldaños más adelante. Sus ojos estaban llenos de soberbia, de asco hacia todo. Me crucé de brazos.
—Veo que no te han hecho daño alguno, me alegro. Nosotros también estamos bien, no te preocupes —afirmé con reproche.
—¿Acaso te pregunté? —dijo ella con indiferencia.
Siguió subiendo las escaleras. Avancé con rapidez, tentada de cogerla por esa larga melena y entregársela a esos nomos para que la asasen con patatas. Maldita bruja. Al ver mis intenciones asesinas Eathan me detuvo asiéndome por el brazo y me calmó con la mirada. Leiko siguió subiendo mientras decía:
—Yo tenía cosas que hacer aquí, me da igual lo que os pase, yo me puedo ir cuando quiera. Dad gracias que os he estado esperando —sentenció. Mordí mi labio inferior de rabia.
No era consciente de lo profundo que estábamos hasta que subimos todos esos tramos de escaleras laberínticas. Puede que nos costase un par de horas terminar de salir por detrás de las piedras en las que nacía un río. Al ver el agua, la luz del día y sentir el aire fresco, respiré aliviada.
Eathan infló el pecho, eliminando los restos de ese aire viciado de las profundidades. Me acerqué al arroyo y me lavé el rostro sintiendo el fresco paseo del agua sobre mi piel. Sonreí cuando vi a Eathan mirándome. Levanté una bola de agua y se la tiré en la cara buscando el juego.
—¡Eso es hacer trampas, Señorita Kashegarey! —se quejó mi amigo.
Empecé a reír mientras me acercaba a él para sacarle el agua de encima con mis poderes. Leiko rebufó cansada. Miró a nuestro alrededor y luego se cruzó de brazos.
—¿Podéis dejar de ser tan infantiles? ¿Os dedicáis a algo más aparte de miraros de forma tierna y abrazaros?
Me abracé al torso de Eathan con fuerza, parecía un mejillón pegado a una roca. Él ahogó una carcajada al notar mi gesto, infantil, a propósito. Una forma de reclamarlo como mío aunque no lo fuera... Miré directamente a la imbécil de Leiko y levanté orgullosa el mentón.
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ERALGIA III, La Alianza
FantasíaTERCERA PARTE Estar muerta no es agradable, lo he comprobado. El Balakän era el escondite de Axel, nuestro tablero de juego, y yo, como Reina iba a tumbar ese falso Rey. No esperaba que ese viaje que emprendía fuera a rebelarme la belleza que escon...