Los centinelas nos guiaron a la salida. No intercambiamos palabra alguna entre Eathan, Leiko y yo. Solo miré a Eathan, preguntándole como estaba, un ladeo de cabeza le quitó importancia, todo bien. Suspiré aliviada.
Dirigí una última mirada a esa ciudad perdida de los mares, Alejandría. Me dejé envolver por su belleza, memorizándola, con la esperanza de poder explicarle a Anna algún día un cuento sobre ella. Nos acompañaron hasta la superficie del mar. Una vez ahí, nos abandonaron en medio del océano. A la deriva. Leiko rebufó y espetó:
—¿No nos van a llevar a la orilla? ¿En serio? —Yo empecé a nadar, pero sin rumbo, no se veía tierra por ninguna parte— ¿A dónde pretendes llegar a nado? —Me giré y la miré con desdén.
—A donde sea, pero no podemos quedarnos aquí en medio de la nada. No me fio de Damia, creo que va a por nosotros de alguna forma, es poderosa, y si esconde su poder de alguna forma...
—Es porque quiere atacar en algún momento. —Eathan terminó mi reflexión y nadó hasta mi lado— ¿Dominando el agua no podrías hacer algo para llevarnos hasta la orilla?
—¿Vosotros dos os empeñáis en hacerme perder el tiempo? —graznó la bruja.
De repente la magia de Leiko me golpeó de nuevo, como un golpe seco en la nariz que te hacía llorar de forma automática. Sentí como el agua se colaba entre nosotros, el sonido de litros y litros de líquidos cayendo sobre algo duro, y luego, mi cuerpo contra el suelo de mármol de mi recibidor. Gemí de dolor por el golpe, tras eso, el cuerpo de Eathan sobre el mío.
Mis huesos crujieron con su peso, amortiguando su caída. Instintivamente le abracé, como si quisiera sujetarle y protegerle. Nos quedamos mirando a los ojos, no había coral, alga, o esmeralda que fuese capaz de igualar una sola de las motas de verde de los ojos de Eathan... Sonreímos ambos, y se levantó, ayudándome a levantarme luego a mí.
—Siento haberte aplastado de este modo —dijo en una risita. Negué quitándole importancia, sintiendo como mis costillas volvían a su sitio solas. Miró a Leiko—. Tú siempre tan comunicativa —bromeó él.
—Agh, muerte, Monkvertk —espetó ella, luego le hizo un gesto vulgar con la mano y se fue hacia arriba. Eathan me miró rendido.
—Cualquier día fingirá un accidente y nos matará a ambos, por lo menos, a mí, por lo visto a ti no se puede según el pulpo parlante. —Escurrí el agua de mi cabello.
—Estoy igual de confusa que tú... —empecé.
—Confuso estoy yo de ver como habéis vaciado medio océano en el recibidor de tu casa, Guardián.
La voz de Líomar me salvó de los ojos de Eathan, interrogantes sobre mí. Casi suspiré aliviada por ese cable echado a mi favor por parte de mi amigo. Él bajó las escaleras con rapidez.
—Déjame que arregle este desastre... —dijo él.
Sus manos se movieron con delicadeza, en leves círculos, y el agua empezó a juntarse en una masa redonda, perfecta. Eathan abrió el suelo con un par de repiqueteos sobre el mármol. Formando un pozo, por el que se dejó caer la bola marina. Listo.
—Adoro veros trabajar juntos de esta forma —espeté sin pensarlo.
Ambos me sonrieron. Me acerqué a Eathan y le cogí por el brazo, acariciando su marca de Protector. Evaporé el agua de nuestros cuerpos, secándonos a ambos. Líomar levantó ambas cejas.
—Adoro ver como dominas mejor que yo mi propio elemento. —Su tono me saco una carcajada.
No solté a Eathan, no quería hacerlo. Necesitaba sentir su piel cerca, poder sentir su sangre corriendo por debajo de ella, su corazón latiendo, cada vez más deprisa, emocionado. Le sonreí y hubo un latido a destiempo, mío, suyo. Nos separamos lentamente.
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ERALGIA III, La Alianza
FantasíaTERCERA PARTE Estar muerta no es agradable, lo he comprobado. El Balakän era el escondite de Axel, nuestro tablero de juego, y yo, como Reina iba a tumbar ese falso Rey. No esperaba que ese viaje que emprendía fuera a rebelarme la belleza que escon...