Mi amigo desapareció en segundos y a mí, se me quebró el alma. Debía esconderle a Eathan lo que había en la tumba de Alarich, debía dejar que mi amigo pensase lo que quisiera, pero que no supiera esa verdad... Damon se separó de mí, anonadado.
—No esperaba eso. Si quieres empezar la cena por el postre, mi reina... Iré a por unas fresas y algo de...
Damon perdió poco a poco su voz, se dio cuenta de lo que yo había hecho. Sonrió con frustración y anonadado al mismo tiempo. Yo observaba el hueco vacío que había dejado Eathan a mi lado, añorando su presencia, la melodía de su risa... Anhelaba perderme entre sabanas con él y con Anna, reírnos los tres...
—Lo has hecho para protegerle a él, de mí... —Damon mordió sus labios en una mueca de desagrado.
—No del todo...
Mentí. Ovbiamente sí, lo había hecho por ese simple motivo. Me sentí horrible, busqué su cuerpo y apoyé mi frente entre sus pectorales, escondiendo mi rostro entre las ropas abiertas de la camisa y la casaca. Besé el centro de su pecho, regodeándome como un gato ante el calor de una estufa. Olí el jazmín de su perfume y suspiré rendida. Pegada a su piel murmure en un rezo:
—No le digas lo que pasó en el Panteón de los Héroes, te lo ruego. Eathan sufrió demasiado por todo eso. Volvamos a la fiesta... —Tiré de su mano y lo llevé con Belfegör, Zalir y Robert.
Tras un rato de copas de vino de Bayas de Selkye y charlas aburridas con nobles y curiosos, se abrió la puerta del gran comedor. Zalir, el infierno la entrone como reina, se ocupó que quitarme cualquier pensamiento intrusivo de la cabeza. Me llenó de chismorreos, desde hijos bastardos, hasta matrimonios de múltiples conyugues.
Se tomó su tiempo en narrarme como de despampanantes eran las orgías que ella había previsto hacer en ese mismo salón cuando Damon se diera la vuelta un rato. Reí junto a ella, adoraba a esa maldita Demonio, era extrovertida, me recordaba a Arys, a su forma encantadora de decir obscenidades y quedar como una señorita. Juntas serían una bomba de relojería, y deseaba verla estallar.
Damon invitó a los asistentes a tomar asiento en una mesa gigantesca en el comedor contiguo a la sala del trono. En el centro de ellas, tres sillas entronadas, dos frente a la otra, una para Yarel, otra para Damon, otra para mí, como igual.
Nos sentamos todos, yo a la izquierda de mi rey, frente a Edward. A mi lado, Robert, por poner fin a la discusión entre Zalir y Belfegör. Eathan había desaparecido. Aguanté mi reacción de salir en su búsqueda. Iba a peinar el castillo entero con mi maldito poder para encontrarlo de ser necesario. Su silla vacía la ocupaba Zalir, al lado de Yarel. Robert captó mi inquietud.
—El Señor Monkvertk se ha ausentado de la cena y del baile. Yo mismo lo he llevado a Eralgia. Me pidió volver alegando malestar, al parecer un coctel se le posó mal en el estómago.
—Guárdate la mentira para quien quiera oírla —gruñí.
El Demonio retrocedió en su silla. Maldije mi carácter, cargué contra ese chico que no tenía culpa alguna de todo lo ocurrido y que solo pretendía ayudar del mejor modo. Relajé mis hombros y suspiré agotada.
—Lo siento, perdóname, Robert... —Él forzó una sonrisa.
—No te preocupes por Eathan. Está bien, y luego si quieres, iré personalmente a comprobarlo hasta Eralgia.
Acepté esa oferta, un cabeceo que él sabía de sobras tomaría como una orden directa de ir hasta donde fuera para lograr mi calma.
—Gracias —susurré verdaderamente sintiéndome en deuda con él.
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ERALGIA III, La Alianza
FantasyTERCERA PARTE Estar muerta no es agradable, lo he comprobado. El Balakän era el escondite de Axel, nuestro tablero de juego, y yo, como Reina iba a tumbar ese falso Rey. No esperaba que ese viaje que emprendía fuera a rebelarme la belleza que escon...