Un día te despiertas y ya no te queda nada. Te despiertas y echas de menos cada sonrisa, cada caricia, cada broma. Te despiertas y te das cuenta de que ya no tienes a nadie para el que arreglarte y echarte un par de gotas más de perfume. Te das cuenta de que ya no tienes por qué elegir un conjunto de ropa bonito, de que no tiene que quedarte bien ese jersey que llevas. Te das cuenta de que ya no tienes por qué llevar ropa de menos para pasar frío, con la única razón de que te abrace o te preste su sudadera, porque ya no lo hará. Te das cuenta de que ya no vas a esperar con ansia a verle, a compartir miradas cómplices por el pasillo o por la calle, o a robarle un beso cada vez que esté distraído, o a correr hacia él y refugiarte en sus brazos.
Un día te despiertas y te das cuenta de que todo tu mundo giraba alrededor suyo, y que ahora que se ha ido, lo ha dejado tan patas arriba que no sabes por donde empezar a reorganizarlo.
