Hoy en día los aviones cumplen deseos:
nos han enseñado que es posible volar
que hay abrazos que parece que te asfixian pero que realmente te regalan una bocanada más de aire
y que lo que importa no es la distancia
sino la importancia que nos demos.
Aún así, ahora conocemos a la gente primero por una pantalla
porque tenemos miedo hasta de vernos a nosotros mismos.
No miramos a los ojos por miedo a que sean muy profundos y nos perdamos en ellos.
Siempre pedimos comida para saciarnos
pero nunca alimentamos al corazón.
Rompemos las reglas por el miedo que nos da rompernos nosotros
y sin embargo más de una vez somos a los demás a los que hacemos daño.
Queremos compartir con alguien los domingos
pero el resto de la semana no tenemos ni idea de lo que significa la generosidad.
Nos quejamos de que cada vez hay más errores en el mundo
y parece que nunca son los propios.
Y lo peor de todo
es que hay más de 7000 formas de decirle a alguien te quiero
(casi tantas como lenguas hay en el mundo)
y nosotros somos incapaces de rendirnos las únicas veces que debemos hacerlo.
Porque seguimos diciéndole te quiero a alguien que no entiende nuestra lengua
cuando ahí fuera hay gente que se sigue subiendo a los aviones para poder aprender todas ellas.