Una historia. Normal. Común.

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Os voy a contar la historia de una chica corriente. Puede que os sintáis identificados con ella, o puede que no, pero igualmente deberías leerla.

Bueno, esta chica, como ya he dicho, era una chica corriente, con su grupo de amigas, sus pequeños enamoramientos (la mayoría no correspondidos) y sus gustos raros. Esto último no la afectaba para nada; pensaba (y sigue pensando) que la personalidad es algo infalible en una persona y que sus gustos le tenían que gustar a ella, sin importar que ninguno de sus amigos le gustaran.

No era especialmente guapa, es más, era la típica amiga fea en todo grupo de amigas. Pero no le importaba; lo tenía más que aceptado, y superado. No hay por qué negar que sufrió bastante por ello, y que hoy en día sigue teniendo bajones minúsculos que se sienten como miles de agujas clavándose en su pecho, de los que nadie se entera y de los que supera sola.

Pero lo que más la caracterizaba, era su bondad. Nunca la oirías decir una palabrota hiriente hacia alguien, ni nunca la encontrarías hablando mal de alguien a las espaldas. Era como un pequeño angelito, un pajarillo inocente e ignorante del que más de uno se aprovechaba. Ella al principio lo ignoraba, y seguía ayudando a los que luego la apuñalaban por la espalda a pesar de que muchos la regañaban por ser "demasiado buena".

Nunca la veías pasar impasible junto a alguien que estuviese llorando. Nunca la veías poniendo cara de asco, o señalando a alguien.

Escondía miles de secretos, todos de los demás, y nunca, nunca los contaba. Aunque sí le contaba sus cosas a todo el mundo, probablemente porque no aguantaba más y era como un depósito de gasolina a punto de explotar.

Cometía errores, como todos, porque muchas veces actuaba sin pensar, y luego la culpa la corrompía y la desgastaba poco a poco.

Era frágil, muy frágil, susceptible y con un extremado peligro a romperse si caía.

Era honesta, humilde, buena, sencilla, la cosa más alegre nunca vista.

Hasta que un día la rompieron el corazón.

No estaba preparada para ello.

Se le rompió en mil pedazos, y en un intento de reconstruirlo, cambió.

No sé si fue el pegamento con el que unió los fragmentos rotos, o la forma en las que los puso, pero dejó de ser la misma.

Dejó de callarse todo lo que pensaba, hasta el punto de llegar a herir a la gente con palabras como puñaladas; pero ese pequeño angelito seguía ahí, y la culpa la seguía corrompiendo poco a poco, agotándola.

Aprendió a ser borde con aquella gente que se lo merecía.

Comenzó a centrarse un poco más en sí misma, y un poco menos en los demás.

Pasaba de todo, y de todos.

Cada día la costaba más reír de verdad.

Cada vez era menos inocente, y más consciente de cómo es la gente en realidad.

Y no sabéis cuánto desearía volver atrás en el tiempo, y volver a ser aquel pajarillo aprendiendo a volar.

b a s o r e x i aDonde viven las historias. Descúbrelo ahora