una caricia y un beso

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Él tenía los ojos fijos
y a mí me temblaban las pupilas.
Fue quien inició mi cuenta atrás
y así comenzó a latir mi corazón con la fuerza de una vieja máquina que hace mucho que nadie hace sentir,
con una fuerza que no me dejaba escuchar lo que me gritaba su silencio.

Me tocó la cara con la precaución de quien acaricia por primera vez a un perro peligroso,
y mientras yo esperaba con los pulmones cerrados a salir al frío invierno
después de haber estado en casa tapada con una manta y los ojos ardiendo,
él consiguió que en vez de una mano helada que me cortase la respiración,
su caricia fuese como sentarse al lado de una chimenea con la fiebre por las nubes y el corazón helado.
Se posó con la delicadeza de una abeja que vuela de flor en flor,
con la amenaza constante de cientos de avispas con el aguijón a punto de clavarse en algún recodo de mi piel;
porque eso es el amor:
puedes perderlo todo,
pero aprender a perderse en ruinas ajenas
acaba convirtiéndose en un juego nocturno de casino
en el que dejas que tu compañero se lleve todos los beneficios
(y tu corazón).

Habíamos dejado de saber dónde se unía nuestra respiración,
y aunque todavía no nos habíamos alcanzado
ya bailaban chispas de labio a labio, muriendo por juntarse.

Él intentaba parecer fuerte,
y yo no parecía una hoja en otoño
porque desde el momento en que las pecas de mi mejilla se pegaron a su caricia,
supe que esto acabaría en incendio.
Pero antes de llegar el contador a cero
ardimos por la tensión,
y nos bebimos el uno al otro
con el apremio del que llega a casa sediento
tras una noche curando heridas.
Pero ni todos los oasis del desierto fueron capaces de reducir a cenizas ese encontronazo de labios.

No importa si el primer beso no fue como esperabas.
No importa si el décimo beso sigue doliendo
-por saber demasiado apasionado, o a despedida-.
No importa,
porque al fin y al cabo
no hay mordisco más sanador
que el de unos labios.

b a s o r e x i aDonde viven las historias. Descúbrelo ahora