Déjame tomar aliento una vez más. Déjame quieta; no paro de temblar.
Devuélveme lo que me quitaste que sin ello no soy nada, que mi estómago ya no retiene nada y mi cabeza parece estar de fiesta.
Me desbordo. Y me ahogo. Y no puedo controlar nada. No puedo dormir sin abrazarme a aquel peluche viejo y sin que mi corazón deje de palpitar en mis oídos.
Pero que ya no pasa nada, que se supone que soy blanda por fuera pero fuerte por dentro. Que algunos me llaman valiente, o paciente, pero no me creo ninguna de esas cosas.
Me da miedo perderlo todo y me aferro con uñas y dientes a lo que me importa; y por no perderlo, mi dignidad acaba por los suelos.
Cuando las dudas existenciales de la vida me atormentan, cuando espero a que termine el día y a que llegue la persona que sepa lo que sólo yo sé. Porque dicen que hay que inventar lo que no existe, porque lo que existe es de todos. Y dicen que si encuentras a alguien que ve lo mismo que tú ves, entonces es que has encontrado a alguien que te vive.
Me pregunto si estoy ciega; o quizás es el mundo el que lo está.
Pero dicen que tiempo al tiempo y que todo llegará, pero pretenden que sea una estatua cuando lo que quiero ser es persona en medio de un montón de gente.
¿Por qué todo es tan complicado?
¿Por qué llamamos hipócritas cuando todos lo somos? Y sino, decidme, ¿no piensa tu cabeza una cosa, pero tu corazón otra?
Que la vida es un sin vivir y esto son frases sin sentido expuestas desordenadas y sin sentido unas con otras.
Pero son los corazones rotos, que escriben lo que les da la gana y cuando le viene en gana. Sin orden ni concierto.
Y que quiero ser el algo de alguien, ese algo a lo que echar de menos en las frías tardes de invierno y en las noches de verano.
Y que quiero terminar de reconstruir mi corazón, que siempre se estrella contra el suelo. Y hacer limonada con los limones que me lanza la vida. Y dejar de derramar lágrimas en el mar, que ya tiene suficiente con las suyas. Y de soñar de tocar la Luna, porque lo que quiero es llegar a las estrellas.