Declaraciones intencionadas.

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Tiene los ojos caídos -del cielo-
y cuatro salidas de emergencia en la piel para que se estrelle un escuadrón suicida
dirigido por mí y cuatro de mis mejores sentimientos.

La curva de su espalda es tan pronunciada que cuando me preparo para surcarla me sobreviene el vértigo
como cuando pronuncia suavemente que me quiere y yo pierdo el control de mi ola
temiendo que en vez de que sea ella la que se rompa
sea a él al que pierda.

En la cima de su boca yace un volcán inactivo
como el beso en la comisura que Wendy guardaba para Peter
y que yo le voy a robar cuando, distraído, decida despertarlo.

Las yemas de sus dedos custodian la frontera entre mis propiedades y las nuestras,
preparadas para conquistar las primeras cuando yo, distraída, me convierta en Peter y decida robarle su beso.

Si me enfado, el mayor daño que puede llegar a hacerme es con sus brazos
-cuando me abraza para arreglarnos-
y si se enfada, afloja la fuerza para dejar caer su corazón
dándome la oportunidad de alcanzarlo antes de que se haga pedazos.

No me deja gritar si no es de emoción
y su mirada cae
como cae el telón con esa Fatídica, Infame, Nociva palabra de tres letras al finalizar una obra maestra
-ya sea de teatro, poesía o amor-.
Su mirada cae
para luego encontrarse con la mía detrás del escenario
(o como nosotros, los artistas, lo llamamos:
la oscuridad en la que luchamos por amor
y de la que siempre salimos ganando.)

b a s o r e x i aDonde viven las historias. Descúbrelo ahora