12 november

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Tengo el corazón en las manos y el cerebro encerrado en el pecho. Y aún así me siento vacía.

Sentir con la mente no ha funcionado. Ser racional no ha funcionado. Ahí estaban otra vez los instintos, que no se paraban a pensar antes de actuar. Y ahí estaban las lágrimas, saltando por un vídeo de marines dando sorpresas a sus familias, que desataron una tormenta tropical.

Y quién me iba a decir que aquello que dicen de que "los que más ríen son los más dañados" se iba a cumplir en mí. Mi pequeño yo me odiaría. Juré nunca serlo, juré reír porque de verdad era feliz. Pero ahora que lo vivo me doy cuenta, de que es una defensa más de mi organismo, de que riendo no tengo tiempo para llorar. Hasta que ríes tanto que lloras de alegría y entonces todo se junta y es como unos grandes almacenes en rebajas.

Y nadie se imaginaría, nadie, que de vez cuando se me escapa una lágrima traviesa y que los esfuerzos son sobrehumanos para no llorar.

Y que pensandolo fríamente, nadie nunca me ha visto llorar de pena o de dolor, y que yo me he tragado las lágrimas de todos. Y luego dicen que yo soy la débil.

Todo parece fácil para mí, desde fuera, pero millones de cosas son pequeños alfileres. Y tampoco tengo el derecho a quejarme porque podría ser peor. Pero cada persona es un mundo, y de vez en cuando necesito dejarlo ser como necesito que sea.

b a s o r e x i aDonde viven las historias. Descúbrelo ahora