Hay gente que, después de la muerte, sigue actuando como siempre. Aún no entiendo por qué lo hacen.
La luz que entraba por la ventana me volvió a despertar, un día más. Como cada mañana desde hacía unas semanas, me desperté aturdida, sin ganas de nada, depresiva. Resultaba irónico, cada día la primavera se anunciaba con una flor más en el cerezo que hay bajo mi ventana, pero mis ánimos estaban casi como el tiempo en
invierno. Pero lo peor de todo es que ni siquiera sabía por qué me sentía así.
Miré la hora: las doce y cuarto. No llegaría a tiempo. Pero bueno, ¿alguna vez lo he hecho? Salí disparada de la cama, me enfundé la ropa de deporte y cogí una manzana al pasar por la cocina mientras me hacía una coleta de caballo. Cerré la puerta con llave al salir, a pesar de que en este barrio nunca pasaba nada. Pero, como dicen los sabios: más vale prevenir que curar. Cuando bajé las escaleras del porche, me di cuenta de que Christian estaba ahí, esperándome,
tal como llevaba haciendo las últimas semanas. Nos saludamos con una sonrisa fugaz y comenzamos a correr, el uno al lado del otro, sin rozarnos pero
sintiéndonos muy cerca. Llegamos hasta el parque y corrimos cuesta abajo, entre los árboles, en silencio, cada uno sumido en sus propios pensamientos. Hacía mucho que no me sentía tan libre, había algo que me lo impedía y no sabía qué
era, y en estos momentos, con el viento en la cara, parque abajo, todo desapareció por un momento.
No me di cuenta de la presencia de mis amigas hasta que gritaron mi nombre. Paré de golpe y las saludé con la mano mientras me acercaba. Tras la típica tanda de abrazos,
me preguntaron:
-¿Qué tal lo llevas?
-¿Qué tal llevo qué?
Estaba totalmente perdida, ¿a qué se referían? Se miraron cómplices
entre ellas y me indicaron con un gesto de cabeza que las siguiese. Me extrañó que Christian no las hubiese saludado, estaba demasiado callado y demasiado
apartado de lo normal. Desconocía el lugar al que me llevaban, estaba
completamente desorientada, y lo estuve aún más cuando me encontré en la gran cancela del cementerio. ¿Por qué me habían traído hasta aquí? A pesar de ser
mediodía y del sol primaveral, el cementerio era el mismo tétrico lugar de siempre, rodeado de altos cipreses, con largas filas de lápidas, algunas cochambrosas y otras demasiado nuevas; con las letras total o parcialmente borradas debido a las lágrimas y a tanto acariciar el nombre del difunto.
Cruzamos. Un escalofrío. Subimos la colina. Otro escalofrío. Me acaricié los brazos. Serpenteamos entre las lápidas y nos paramos delante de una demasiado
nueva, demasiado blanca y con unas rosas marchitas. Un escalofrío. El nombre de la lápida. Otro escalofrío. ‘’Christian Haloway. Fallecido el 29 de abril de 2013’’. Otro escalofrío más fuerte que todos los anteriores. Las palabras se agolpaban en mi mente sin sentido alguno. Christian. Fallecido.Abril. Muerte. Había pasado casi un mes. Según esto, había pasado casi un mes de su ''fallecimiento''. No. No podía creérmelo. Miré hacia donde se suponía que estaba él. Y ahí seguía, tan real, tan tranquilo, tan en paz. De pronto, empezó
a desvanecerse, su figura empezó a tornarse borrosa por los bordes, y se despidió de mi con el único sonido de sus labios al curvarse en una sonrisa. Caí de rodillas sobre la tierra húmeda mientras las mismas palabras de antes retumbaban en mi cabeza. Una parte de mí se negaba a aceptar la verdad, pero mi
cerebro insistía e insistía repitiendo siempre las mismas palabras mientras las lágrimas caían por mis mejillas, a la par, como dos ríos con el caudal a punto de desbordase. Me tiré del pelo, deshaciéndome la coleta, como si así pudiese mitigar el dolor que sentía en el corazón. Desgarré el aire con un grito, perturbando la inquietante tranquilidad del cementerio. El suelo estaba empezando a mojarse de tantas lágrimas, pero no podía parar. Quizás se filtrasen por la tierra y llegasen hasta él. Quién sabe.
Hay un momento en el que la gente se separa de tu lado, pero la huella que ha dejado en ti no se borrará nunca. Incluso en estos momentos, la vida sigue su traqueteo, ciega e ignorante; el sol sale cada día y la gente tira de la cadena, pero tu sientes que nada de eso tiene que ver contigo. Un día tienes a una persona a tu lado, y al siguiente desaparece para siempre. Un día tienes un camino, y al siguiente estás perdido en una selva. Yo había perdido las dos cosas, y no sabía cuánto iba a tardar en incorporarme al carril de nuevo.
No sé cuánto tiempo estuve ahí tirada en la tierra y aferrada a aquella lápida como si fuese lo último que me quedase en la vida. Aunque quizás lo fuese.
