Prefieres estar cayendo antes que empotrarte contra el suelo.

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Hay un momento en la vida en el que te das cuenta de todo lo que has perdido, de lo que nunca vas a recuperar por mucho empeño que pongas en ello. Y entonces todo tu mundo se derrumba; ese muro que has construido poco a poco se resquebraja hasta que desaparece dejando un rastro de ruinas y polvo que te ciega, que hace que te escuezan los ojos y no tengas más remedio que derramar lágrimas. 
Es la arena reseca, el polvillo que se te escapa entre los dedos. Es el aire que no vemos, que nos toca, pero que no podemos tocar, que se nos va. Son las notas de aquella balada lenta que flotan en el aire triste y espeso de una habitación a altas horas de la noche. Son las noches de desafortunados desvelos, de recuerdos imborrables, de lágrimas que queman, de planes que no llegaron a realizarse. 
Vista atrás, sigues la luz del final del túnel con la esperanza de retroceder en el tiempo y recuperar aquello que no fuiste capaz de mantener a tu lado, pero el túnel se ensancha cada vez más, se hace más oscuro y la luz se aleja tanto que hay un momento que ya no la ves. La impotencia te embarga, te rodea y te empuja hacia bajo; sientes cómo caes, y por un momento prefieres estar cayendo antes que empotrarte contra el suelo. Pero ese momento llega. Un golpe seco contra el mármol blanco, un campo de hierba o tierra y arenisca; caigas donde caigas, la verdad, la realidad a la que te enfrentas, duele igual. Y lo peor es que estás completamente solo.

b a s o r e x i aDonde viven las historias. Descúbrelo ahora