Un maravilloso placer.

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Para empezar, tengo que pedir perdón. Perdón por haberme comportado como a quien le arrancan el corazón de cuajo, aunque supongo que eso fue lo que me hicieron.

Y lo segundo, que ya se la razón de por qué todos sentíamos que yo estaba distinta y nadie sabía el porqué.

Veréis, toda historia tiene un comienzo, y esta comienza en mí, en mi obsesión a veces buena, a veces mala, por los libros. Y no por esos libros cualquiera que ahora lee todo el mundo; por esos libros que lees porque su portada te salta a los ojos y te grita desesperadamente que los leas, que son buenos. Y, a parte de los libros buenos que te enganchan, están los libros que te hacen que te olvides de comer, de dormir, y a veces incluso de respirar. Y yo debía de tener un imán para ellos.

En mi vida rutinaria caía un libro cada semana, a veces dos, que muchas veces acababan en lágrimas, en resoplidos de desesperación o en mí misma despierta en medio de la noche, tapada con el edredón hasta los ojos, soñando una vida dentro de un libro.

Y soñaba por la noche, de camino a clase y durante ellas, en cada descanso de mi cerebro. Y muchas veces me sorprendían con la mirada perdida y la mente en otra parte. Pero ya asumían que, supongo, era parte de mi encanto.

Y no sé si sería encanto o no, pero era lo que me hacía ser ilusa e inocente, lo que me hacía pensar que mi vida se parecería a un libro, y que aparecería el chico ideal, y que todo sería precioso, digno de mi novela favorita.

Y todo fue así hasta que me rompieron el corazón.

Pero antes de adelantarme tanto en la historia, tengo que decir que asumo parte de la culpa.

Todo se resume en la primera buena borrachera, empezar a salir con tu mejor amigo, ciega del amor, abandonada a él totalmente y dejando inactiva la mitad de mi que me da vida, dejándola abandonada en un rincón oscuro, cada vez más lejos de la luz solar, cada vez más enterrada entre libros que nadie leía y que a cada minuto que pasaba se les añadía una mota más de polvo.

Y fue así durante los tres meses de alegría y frustración intermitentes, donde cada minuto de mi vida lo pasaba haciendo cosas que pensaba que eran mejores que escapar durante un par de horas de la realidad. Aún no me creo que esas cosas fueran arrastrarme por una persona que creyendose en el más alto peldaño de la pirámide jerárquica, estaba por debajo de la media, con sus sonrisas de "soy un encanto" y su asquerosa obsesión de "libertad". Yo también quería libertad, no un novio obseso del control, pero un poco de caso hacia tu pareja NUNCA VIENE MAL.

De todas maneras, ya me estoy yendo por las ramas y si sigo por este camino acabaré cabreada, aporreando la almohada y pensando en él. Y es una satisfacción que no quiero darle.

Bueno, siguiendo con lo que estábamos, los       meses posteriores a la ruptura, en los que el asunto seguía (no fue una ruptura de "adiós ni vuelvo a mirarte", sino una en la que los rumores continúan, y surgen preguntas el uno sobre el otro, y las miradas a escondidas siguen y los intentos por dar celos aumentan.), no tuve el valor suficiente como para volver a mi anterior vida y desperdicié todo el curso escolar centrada en él y en las muchas cosas que hacía que me sacaban de quicio, y en las otras pocas que me hacían sonreír. En fin, un quebradero de cabeza.

Todo eso llevó a mi corazón a hacerse pequeñito, frío y duro, y a mi mente controlarse y dejar de viajar por ahí a su antojo.

Gracias a Dios que, debido a un milagro divino, una ayuda del destino, llámalo X, un gran libro gordo y tocho que pedía estar en mis manos desde hacía año y medio, acabó en mi mochila. Y, bendito sea el Cielo, desde entonces (hace mes y medio) he tenido que cambiar dos veces la tarjeta de memoria del ebook porque no me entran más libros.

Es un placer volver a ser yo, volver a ser cazada in fraganti sonriendo al vacío y mirando al infinifo.

Un maravilloso placer.

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