¿Qué te pasa? ¿Qué nos pasa? Tan pronto como no nos podemos separar el uno del otro, somos dos completos desconocidos. Parece ser que no sabes lo que quieres. Pues no eh, porque eso me hace daño. Me das ilusiones, y seguro que luego pasará igual que con todos esos estúpidos chicos más superficiales que la pata de una mesa. Pero el problema es que estas dudas que me asaltan ahora se van de un plumazo cuando me coges de la cintura o me agarras con fuerza la mano prometiéndome que no va a pasar nada.
Y que ese día en el que me secaste las lágrimas suavemente con tus dedos no se me olvidará nunca. Porque por cosas como esa me he prometido a mi misma que seré fuerte y aguantaré hasta el peor de los tsunamis. Quizás hacérmelo creer no es suficiente, pero ¿cómo voy a poder hacerlo realidad si cambias de opinión como quién cambia de ropa interior? Los días que me dices que me echas demasiado de menos son puro amor, pero esos días grises en los que la gente te "presiona" el saco de boxeo con el que te desahogas soy yo. Crees que tienes derecho a gritarme, yo me derrumbo, lloro, tiemblo, me entra un frío atroz. Y entonces es cuando te das cuenta de lo que has hecho; me ves acurrucada en un rincón temblando. Te acercas, me abrazas por detrás y me susurras que nunca quisiste hacerlo.
Y ese es el momento en el que me doy cuenta que te quiero, y tú también lo notas. ¿Nos pasa algo? No. ¿Tonteamos? Si. ¿Salimos juntos? No. ¿Lo vamos a hacer? Hay una fina línea llamada orgullo que nos lo impide.
