Sobre cómo me perdí y quiénes me encontraron.

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Era la primera vez que cogía un coche, iba sin acompañante y en la radio sonaba una voz sin melodía.
En el asiento del copiloto se sentaba su corazón
preocupado por mantener la ventanilla subida
pero olvidándose de ponerse el cinturón;
sujetaba con fuerza su mundo -encerrado en la tinta de un viejo mapa-
y a cada latido lo ponía todo perdido.
Y ellos no encontraban el Norte.
Por la noche, le entraba sueño(s)
y buscaba en el cielo estrellas fugaces hasta que se emborrachaba de deseos
y su copiloto se ponía al volante.
Entonces, comenzaba la caótica persecución al Sol,
la triste búsqueda del Este, por donde siempre empieza el día,
con solo la luz de la Luna para alumbrar la carretera.
Y cada día, justo antes de tocar el cielo en su momento más rojizo, se presentaba ante ellos una bifurcación:
un libro nuevo o su favorito
que se quiera o que la quieran
que se rompa o que la rompan
Su corazón siempre escogía la misma opción
y en el momento en el que ella despertaba de su empacho
siempre era de noche.
Digamos que fue un accidente la causa de que, somnolienta, abriese los ojos antes de tiempo;
con un volantazo que casi les hace desplegar sus alas
consiguió cambiar su rumbo en la otra dirección y alcanzar, por fin, la salida del Sol.
Había escogido el libro nuevo, y sin embargo se dio cuenta de que los libros son como las personas:
hay algunos que merece la pena releer;
y aunque ella siempre pondría en la radio la lista de reproducción que tenía preparada para cuando visitase Nueva York,
su corazón siempre elegiría aquella voz que les devolvía a casa.

b a s o r e x i aDonde viven las historias. Descúbrelo ahora