Un último corte y ya.

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Un último corte y ya. Sólo uno. Sólo tengo que acercar la mano a mi brazo y…no. No puedo. Dejo caer la cuchilla ensangrentada en el agua, con un chapoteo. Apoyo la cabeza en la pared y dejo caer los brazos dentro de la bañera. Escuece, pero ya no importa. Ya no importa nada. El agua se tiñe de rojo de forma vertiginosa. De fondo suena un tema de Green Day: ‘Wake me up when september ends’. La ropa está tirada en el suelo, sucia, mojada de zumo de frutas. El percance con aquellas chicas populares en la cafetería me había hecho perder. Otra vez.

En el baño se mezcla el olor metálico de la sangre con el del zumo. Y el olor del miedo.

He dejado el ordenador encendido, y no sin mucho esfuerzo, puedo ver la última página que leí, una de esas redes sociales en las que se dedican a insultarme. Maldito el día en el que decidí registrarme.

Yo antes era una ‘don nadie’, la chica invisible. Y me arrepiento de haber dejado de serlo. Me gustaría poder volver a cuando quería destacar para decirme a mí misma lo que sé ahora. Yo no quería acabar así, pero es demasiado tarde.

La canción termina, y me pesan los párpados. Hay un remolino rojo. Intento sujetarme a algún sitio pero no puedo evitar caer. Y sin más, dejo de sentir.

Oigo golpes. Y voces. Voces que gritan mi nombre. Parece que están desesperadas, pero ¿por qué? Un chasquido y todo se convierte en un caos. Los gritos se vuelven de dolor, oigo lloros y puedo percibir una completa desesperación. Unos brazos fuertes me sacan del agua. No entiendo nada. Los gritos no cesan, pero cada vez se oyen más lejos. Quiero abrir los ojos y decirles que todo va bien, que me suelten, pero es imposible, tengo la boca pastosa y la sensación de que me han cortado las cuerdas vocales.

No sé cuanto tiempo pasa, si son minutos, horas o quizás días lo que tardo en recuperar el conocimiento desde la última vez que dejé de habitar mi cuerpo.

Pitidos. Muchas voces. Luces de fondo. Hago ademán de abrir los ojos, pero tan sólo una rendija de luz me ciega. Los cierro. Estoy sola, mejor así. ¿Dónde me encuentro? ¿Quién lo sabe? No me siento mucho mejor que la última vez, y me duele todo el cuerpo. No hago ademán de llamar a nadie, solo quiero desaparecer, cosa que deseo desde hace unos meses.

¿Sabéis? Cuando oís una historia de chicas que se cortan, que se quedan anoréxicas, bulímicas o incluso llegan al punto de suicidarte, te parece algo completamente lejano, imposible. Os lo digo con certeza porque fue así como pensaba yo. Oía las noticias en la tele, en la radio, por internet, pero nunca pensé que me iba a pasar eso a mí. Nunca se habían metido conmigo, básicamente porque era como una pequeña hormiguita a la que nadie ve, a la que todo el mundo pisotea. Pero había una vocecilla en mi interior, de esas con la voz de pito que no hacen más que susurrarte cosas a las que, al final y por no acabar sucumbiendo en la locura, haces caso. Y no sabes cómo, pero llega un momento en que dejaste de ser aquella chica de la última fila de la que nadie sabe el nombre y te conviertes en la chica de última fila, la friki, la gorda o la anoréxica, con la que todos se meten. Y te encuentras con granizados que aterrizan en tu cabeza, espaguetis en tu camiseta y desnuda en el vestuario porque alguien ha hecho la gracia de cogerte la ropa y esconderla,  o incluso tirarla.

Enhorabuena, lo conseguiste, ya llamas la atención. Y que sí, que lo sé, que tú no querías esto, pero ya no hay vuelta atrás. Ya no queda nada. Todo te sale mal, y la única manera de que eso cambie es acabando contigo misma. Poco a poco vas consumiéndote, como una llama, aunque no te dañes físicamente de ninguna de las maneras. Y es ese momento en el que deseas con total rabia acabar con aquello que está matando tu alma, cuando ves unas tijeras sobre la mesa, afiladas, relucientes. Y tu cerebro te grita alarmado que no lo hagas, que no las cojas y acerques la punta a tu muñeca. Te advierte que dolerá, que lo pasarás mal y que quizás mueras. Pero estás totalmente cegada, y aún con la mano temblando violentamente lo haces por primea vez. Un corte fino. Dos. Tres. Y luego la sangre. Sale a borbotones de tu brazo, incesable. Cae con goterones sobre el lavabo, y se mezcla con tus lágrimas. Y te juras a ti misma que nunca jamás lo volverás a hacer, que eso está mal. Pero como todo drogadicto con su droga, recaes. Y cada vez más, más gordos, más profundos. Y ya es inevitable parar, y demasiado tarde para pedir ayuda. Quizás, un día de estos acabe con mi vida, quizás consiga superarlo todo, quizás no. Pero todo nos lleva a un camino, y puedes tener la mala suerte de coger el camino equivocado. Yo la tengo, y ahora me arrepiento demasiado. Sólo hay que aprender a elegir bien, y a ser fuerte.

b a s o r e x i aDonde viven las historias. Descúbrelo ahora