Hay un momento en la vida, en medio del barullo de la gente y los gritos angustiosos, en el que todo se para. Hay un momento en la vida en el que consigues callar todo lo que te rodea hasta que solo oyes la desesperación de tu cabeza. Pero estás tan cansada que hasta silencias tus propios pensamientos. Y estás tan cómoda así que hasta te planteas apagar tu interruptor de humanidad, para no volver a sentir esa presión en el pecho, o esa impotencia de no poder agarrar el viento cuando sopla tan fuerte que amenaza con tirarte.
Quizás es mejor así; dejar de perdonar, dejar de esperar, de regalar, de ilusionarse. Quizás es mejor volverse de piedra; dejar de acumular la rabia y el malestar y dar malas caras y contestaciones demasiado bordes. Y es que parece tan simple volverse así; uno ya se cansa de ser tan bueno y esperar tanto de todo el mundo que coger el camino fácil es una tentación. Pero tú, yo, todos nosotros, sabemos que ese no es el camino correcto. Sabemos que poner buenas caras alegran el día a aquellos que se lo merecen, y hacen pensar a aquellos que no. Porque la vida no es vida si está llena de oscuridad, porque la vida no se basa en mirar con asco a aquel que te puso mala cara, sino sonreír para demostrarle, que no te importa.
