Buscaba un escritor
que pusiese fin a mi locura,
a mi constante obsesión por volver al precipicio,
del que te tienes que alejar o tirarte,
pero no estar constantemente tambaleándote en cada borde,
como hacía yo.Y que por favor,
escribiese su testamento en mi espalda
con mano temblorosa y renglones torcidos
-de cuando aprendió a escribir-;
donde prometiese que jamás me dejaría desatar a las tormentas
que me matan a truenos y a gritos,
que me piden que tire todo por la borda.Y que perfeccionando besos
camino a mi boca,
acariciase cada punto, cada coma,
cada verso,
cada marca que van dejando sus faltas de ortografía
al fallarme y tacharse e intentar arreglarlo (y arreglarme).Buscaba un escritor que pintase con realidad estas palabras,
y que con el soplo de un susurro,
convirtiese este sueño en la solidez de un abrazo
o en un libro donde refugiarte,
y que a la vez te mande fuera, te retenga, te enfade
y te empuje de una vez hasta el fondo.Y yo tengo muy claro que si veo un precipicio me tiro.
El único problema es que tengo vértigo
-pero ni lápiz ni dueño-.