Necesito un respiro
y el mejor sitio para tomar el aire es bajo el mar;
tengo dicho que mi color favorito es el cielo,
pero hoy no le habéis visto ahí
haciendo justicia al azul océano
- y no me habéis visto a mí
mirándole como quien mira al mismo que te duele y te hace sonreír.
Nunca me han dicho te quiero
y a consecuencia, me han estropeado el corazón disfrazándole con falsos sueños y maquillaje barato.
Así que mientras espero a que me llegue uno nuevo
le echo serios al sol para ver quién se queda antes ciego;
siempre pierdo, porque ya sabéis que el mar tiene ese no se qué que atrae tanto a los borrachos de sueños.
Soy un desastre
y no uno de esos tan bonitos que se encuentran entre el desear y el arte. No. Mi desastre tiene la puerta cerrada y un cuarto sin teléfono, y aunque siempre dice tener todo bajo control, necesita que alguna de todas esas voces que llaman a su puerta se atreva a entrar dentro.
Quiero sentir algo alguna vez,
dejar de preguntarme si son fuegos artificiales o el fantasma de un latido
ese sonido que retumba en mis oídos cada noche
más fuerte
más quejumbroso
más antiguo
chirriando los engranajes y recordándome que ellos también necesitan de aceite propio -¿o es amor?- para no llegar a pararse.
Mi corazón también necesita que le arropen por las noches
porque cuando un corazón de tinta sangra
las gotas se convierten en palabras antes de llegar al suelo;
cuando un corazón de tinta sangra
los puntos de sutura son los signos de escritura.
Cuando un corazón de tinta sangra
también necesita que le cuiden.
Y el mío ya se ha cansado de contarse cuentos a sí mismo para dormir.
Yo necesito a alguien que sepa amar.
Sí.
A mar.
