∆Sesenta y dos∆

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María Isabel

Segundo día del plan seducir al viejo transtornado en acción.

Después de mi conversación para nada sospechosa con Hurrem - puro sarcasmo- bajamos como si nada hubiera pasado, esperamos a que nuestros rostros perdieran la leve tonalidad roja adquirida por las espesas lágrimas que por unos minutos fueron nuestra descarga. Me ayudó a elegir el mejor atuendo, uno a gusto con los deseos de Johhannes; el maquillaje también fue de mucha utilidad para que mi rostro volviera a la normalidad.

Por dentro me forzaba a sonrier delante de ambos, disimulando de la peor manera mi odio.

Fue difícil ver a los dos hombres causantes de esas lágrimas juntos, bebiendo vino mientras reían no sé de qué cosa. Deseaba con todas las fuerzas de mi ser que el techo se agrietara y cayera sobre la cabeza de ambos.

Nunca en mi vida maldije a alguien, pero ellos despiertan tanto odio que hasta me gustaría ser la causa de sus muertes. Esa parte de mí está rota, rota para siempre.

Tuve que sentarme en las piernas de Antonio por orden suya, sonrió al verme llegar con un atuendo para nada conservador y con los tacones verdes que siempre le gustaron.

Hurrem dijo que lo mejor era aparentar que buscaba su interés, pero que ambas sabemos que va dirigido a Johhannes, Antonio no es más que una simple ficha de dominó, nada que ver con el que creó todo este plan de mierda.

Hay que ir por el mayor, así de destruirá a los demás, como unas fichas de dominó que al caer una, desencadena un efecto con las que le siguen.

La noche fue de mal en peor para Hurrem y para mí, tanto Johhannes como Antonio competían por ver quién de las dos era mejor en la cama, hablando como si nosotros lo buscáramos o quisiéramos.

Nosotras éramos lo más cordiales posible, hablábamos cuando ellos lo pedían y también rellenamos sus vasos siempre que quedaban vacíos, así como una esclava esperando satisfacer a su amo.

Mis manos por muy poco tenían vida propia al verter la bebida sobre la cabeza de Antonio, me detuve a tiempo simulando un fuerte calambre.

Antonio de imbécil me creyó a la primera, ni fue tan fácil con ese viejo de Analdi, se quedó observándome fijamente lo que quedaba de la noche, se aseguró de que yo no volviera a sostener la jarra o la botella de vino, según el que porque el peso había sido demasiado para una mujer tan delicada como yo.

Mi suegra trataba de desligar su atención de mí, hablándole y tocándole discretamente debajo de la mesa, era un intento de seducción para poder ayudarme a volver al objetivo original, sí lo tenía en mi contra no había ninguna probabilidad de seducirlo y seguir con el plan.

Fue mala idea el haberme hecho la protagonista de algo tan importante, voy a joderlo por simple naturaleza, así como lo que hago siempre.

Al finalizar con el platillo principal me decidí por ofrecerle personalmente a Johannes el postre, nos encargamos de solicitarle al cocinero que hiciera su favorito.

Frutillas con crema y chocolate derretido, algo común para un hombre tan fino y muy sofisticado.

Para hoy le preparé el desayuno, voy a comportarme como una mujer educada, complaciente y servicial, así como una ama de casa dedicada enteramente a satisfacer a su marido. Hurrem dijo que él ama esas cosas en una mujer, posiblemente me dé el visto bueno.

Estar en la cocina me recuerda a los Abad, hacerles galletas se volvió un hábito para mi, pero solo ellos la merecen, nadie más.

- ¿No hay galletas? - ese es Antonio, reclamando atención como un niño pequeño.

Foto internacional (TMHA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora