CAPITULO 25:

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—Háblame de ella—le pedí cuando ya comíamos juntas— ¿Cómo se conocieron?

Mientras comía unos taquitos al pastor, su mirada se perdió en el inmenso mar por un momento. Al final sonrió, como si viera el rostro de mamá, delante de ella. Le di un sorbo a mi limonada de coco.

—Yo entré nueva a la fábrica y Gladys ya trabajaba allí. Necesitaba ese trabajo con urgencia. Nuestros hijos estaban aún pequeños y con el empleo de Ben no alcanzaba. Así que acepté lo primero que me saliera. El jefe le pidió a ella que me explicara de qué iba todo en la fábrica. Paso por paso estuvo conmigo, enseñándome todo lo que me tocaba hacer. Siempre paciente.

Sonreí con nostalgia. Porque así era mi madre. Se le medía a todo. A ayudar al que fuera, y hasta echarse la culpa si otros se equivocaban. Como ella me explicó a continuación.

—Hubo incluso una vez en que asumió la culpa de un encargo que estaba haciendo yo, y salió mal. Gladys dijo que había sido su culpa. Que yo estaba aprendiendo y que ella no me había explicado bien. Casi me echan por eso, de no haber sido por tu madre. Eso nunca lo voy a olvidar.

Guardó silencio por un momento, mientras comía, y al final volvió a mirarme.

—Nos hicimos muy amigas desde entonces. Saliendo juntas a tomarnos cervecitas de vez en cuando. En algunas ocasiones Ben nos acompañaba o iba por nosotras. Gladys era muy divertida y especial—se enderezó—y entonces fue cuando te encontró en la basura—tragué con dificultad—nos habíamos despedido en cierta parte del camino que ya separaba nuestras casas. Tremendo susto me llevé cuando recién llegada, ella tocó a mi puerta contigo en brazos. Bien chamaquita estabas, metida en una bolsa de basura, todavía con la sangre y el cordón umbilical. Pero Gladys te había cubierto con su propia chaqueta para que no tuvieses frío. Estaba muy asustada y hasta llorando porque no entendía quién pudo botarte así.

Apreté los labios para que no me temblaran.

—Pidió mi ayuda y juntas te llevamos al hospital. Tiritabas y llorabas mucho. Pero ella te cantó en el auto mientras mi esposo conducía, y cuando dejaste de lloriquear y ella sonrió, supe que volvería a casa con esa bebé aunque no fuese suya. Después de que los médicos te vieron, empezaste a recuperarte. Y tu mamá movió cielo y tierra para que la dejaran quedarse contigo.

A este punto ya mis ojos estaban desbordados de lágrimas.

—Incluso una vez me dijo mientras esperábamos en los juzgados: «Olga, podré no tener todo el dinero del mundo para cuidar de esta niña, pero por la Morenita que le voy a dar lo más importante y de lo que no le sobra. Amor. Lo que otra mujer tiró a la basura como un desperdicio, yo lo acojo como el mayor de los tesoros». ¡Y así fue, mijita!—ninguna de las dos comimos, mientras se acababa la historia—con todo y problemas, sola en el mundo, sacó adelante a su muchachita—tomó mi mano entre las suyas—a donde iba tú estabas con ella. Hasta que entraste al colegio. Nunca dejaba de hablar de ti en el trabajo. Orgullosa de cuanta cosa lograbas—sorbí por la nariz y ella me pasó un pañuelo—creo que esa fue la más grande hazaña que le vi hacer, hasta que los caminos nos separaron y me vine a Estados Unidos con mi esposo y mis hijos.

Miré el plato un momento, ya casi sin apetito, por el nudo que se había instalado en mi garganta. Por lo mucho que extrañaba a mi madre hasta para desear en ese preciso momento un abrazo de ella. Y por tantas cosas que ella sacrificó por mí, para yo ser lo que era ahora. Olga suspiró y le dio un sorbo a su bebida.

—No pensé que esa vez que nos despedimos de madrugada, antes de yo cruzar la frontera, mientras tú dormías, sería la última vez que la vería.

Volví a sorber por la nariz, secando mis ojos.

SUITE 405 (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora