CAPITULO 43:

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— ¿Cuándo estemos sin público?—afirmé a su pregunta.

El pareció tambien pensativo.

—Lo haremos como tú lo quieras. Todo—hizo un gesto con la boca— ¿Con la misma informalidad que hasta ahora llevamos?

Pensé en su cuerpo en el mío. Pensé en todo lo que quería que me hiciera, so pena de que tal vez no sintiera nada, como con Adolfo. ¿No haríamos nada? ¿Era demasiado pervertida si se me ocurría esa pregunta?

— ¿Qué pasa?—negué.

—Todo está en orden. Olvida la pregunta que te hice—cuando pensaba besarlo, me detuvo.

—No. No debe haber secretos entre los dos, en medio de esto. ¿Qué te inquieta? Y no vayas a huir como haces cada que la situación se pone incómoda—no respondí—dímelo, Moni.

—Pensaba en... en el sexo. En nuestro comportamiento a solas—alzó las cejas—que quiero saber si dentro del trato está el tener o no tener sexo.

Rió con suavidad, y yo lo golpeé en la cabeza, avergonzada.

—No te burles de mi—lo miré enfurruscada.

—No me río de ti, ni mucho menos. Solo pensaba en lo que te dije hace un momento. Eres tú la que decide hasta dónde quieres que lleguemos. Como quieres que nos comportemos sin publico delante—acercó su nariz a mi cuello, cerca de la oreja, y le dio un tironcito al lóbulo de la misma, con los labios—dime lo que estés sintiendo y lo que quieres.

—Es que...—bufé—cuando estaba con Adolfo—afirmó, prestándome mucha atención—pensar en mi propio placer era un horror. A él nadie lo entendía. Quería que le siguiera el juego. Si sentía placer se enojaba, y si no le copiaba tambien, porque no me hacía sentir nada. Cuando tenía ese placer me aferraba a ello como una tabla de salvación. Él lo sabía, y le sacaba provecho a eso en mi contra, haciendo que yo sintiese o disfrutase lo menos posible. Eso es lo que me preocupa—me hizo verlo—no aguantaría otra relación donde el sexo fuese insoportable o no hallara satisfacción—su sonrisa me calentó hasta el sitio entre mis piernas.

Y lo único que hizo fue estirarse y darme otro beso, al que yo respondí con ansias. Volviéndome fuego.

—Eres una mujer pervertida y el nunca calmaba tus antojos. ¿Es eso, amor?—volvió a besarme—eres mucha candela para un fósforo tan chiquito como el suyo. Pues te puedo garantizar que ahora las cosas son muy diferentes. Y tú misma lo probaste aquel día en LA—moví la cabeza en una afirmación—no eras tú la que no podía llegar. Era el, lo suficientemente inepto para no generarte placer. Recuerda cómo te volviste fuego al llegar al orgasmo ese día. Si quieres que el sexo sea parte del trato, lo vamos a hacer.

Me subió un poco el rubor a las mejillas por la vergüenza.

—A menos que no sientas nada... y fingieras. Dime la verdad, cariño. ¿Qué sientes?

Volvió a rozar mis muslos y después la cadera, cerca de mis nalgas. Tragué con dificultad.

—Cuando me tocas... quisiera que no dejaras de hacerlo. Me gusta mucho—sonrió más—mi cuerpo quema cuando me acaricias. Donde sea que me toques—besó mi cuello otra vez, tan suave, que yo sentí que me derretía como mantequilla entre sus manos.

Sus manos pasaron a mi vientre y después de soltar la bata de baño, me tocó las costillas, llegando finalmente a mis senos. Tiró de los pezones con los dedos. Solté un gritito.

—Dios, eso es... tan obsceno... y a la vez tan delicioso.

— ¿Paro?

—No, por favor—comenzó a reír.

SUITE 405 (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora