ANDREW EN MULTIMEDIA
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El grito de Adolfo de ver que me había fugado, hizo eco en toda la casa.
—¡Perra!—gruñó—¡Abigail! ¡Tulio!
Avancé desorientada por el comedor, restando importancia a que su amigo también estaba allí. Al que antes yo dejara ciego. Ahora no era momento de tener miedo. Pasos resonaron a mi espalda, cada vez más cerca, pero yo no podía irme sin Noah. Podían matarlo en venganza si lo dejaba.
—¡No la dejen ir, malditos perros!—voceó Adolfo.
Y tuve un deja vu de cuando estaba en México y el me perseguía. Solo que esta vez ya no tenía miedo. Si conseguí golpearlo para escapar, podría volver a hacerlo luego sin problemas. Teniéndome el estómago por el dolor que me dio el esfuerzo de correr, entré a un cuarto que fuera antes lavandería, y les cerré la puerta, para pasar a otra habitación.
Entonces hallé lo que tanto buscaba.
Con más claridad por la luz del día, pude distinguir la mujer que tanto me ayudó en días anteriores. Ana Payma. Sentada en medio de la cocina con Noah en brazos, le daba un biberón. Ella tenía los largos cabellos aun en trenzas, vestido largo de dibujos que parecían tribales, y por sus rasgos, pude darme cuenta de que no solo era americana sino nativa.
—Ana Payma—susurré.
Gritos sonaron más allá de donde estábamos. La mujer se puso el dedo en los labios para que no despertara al pequeño que ya estaba dormido.
—Ayúdame. Tengo que irme con él—no hizo ningún movimiento.
—Él duerme.
—Lo sé. Es mi hijo. Dame la chance de llevármelo.
Me acerqué despacio y ella solo sonrió maternal mirándolo. Removió el biberón y luego de besarle la frente, estuvo dispuesta a ponerlo en mis manos. Pero la puerta se abrió de golpe, y antes de que mis manos tocaran sus dedos, tiraron de mí hacia atrás, por los cabellos.
—Aquí estabas—otra voz que no era la de mi ex marido.
—Tulio.
Sonrió contra mi mejilla, abrazándome del cuello.
—Que bien que me recuerdes, belleza—luché por respirar—tú y yo tenemos algo pendiente.
Pataleé en mi intento de respirar, y él se rió de forma ronca.
—Unas por otras. Tu me dejaste ciego. A mi no me daría dificultad dejarte sin oxígeno hasta que mueras.
Tosí atragantada y mis ojos buscaron a la mujer y a Noah. Ella, amedrentada, acunaba al pequeño contra su pecho, retrocediendo contra el mesón de la cocina. Alguien golpeó fuerte la puerta al abrirla del todo, y Adolfo apareció en mi campo de visión, teniéndose la cabeza; y con la nariz, boca y frente sangrando.
—Quería ser condescendiente contigo. Pero veo que no se puede. Por culpa de tu amante aprendiste a escupirme en la cara. A quien tanto te cuidó y dio de comer estos años—se acercó a mi cara, y yo cerré los ojos—¡Por mi es que comes, condenada puta!—gritó.
Tulio soltó mi agarre y tuve un acceso de tos cuando el aire me entró en avalancha a los pulmones. Y desorientada, no vi venir el puñetazo a mi estómago. Me doblé en dos y acabé por caer de rodillas. Todo me dio vueltas, pero gracias a Dios y un milagro de la Morenita, no caí en la inconsciencia de nuevo.
—Tu no aprendes nada, ¿no?
Lo miré desde el suelo, respirando con dificultad.
—Te encanta que te golpeen—se carcajeó—yo no tendré problema en volver a enseñarte a obedecerme.
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SUITE 405 (COMPLETA)
Romance¿A qué estarías dispuesta por salvar tu vida? ¿Perderte lejos donde nadie te conozca? ¿Pagar el precio que sea? O ir contra la ley, fiándote de un coyote que te ayude a cruzar la frontera de México a Estados Unidos, sabiendo como podrías acabar de s...