CAPITULO 5:

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Tijuana, México. Cercanías de la frontera...

Inhalé hondo, mirándome una última vez en el espejo del baño. Estábamos en un hotel cercano a donde el coyote nos recogería. De allí todo el camino casi de noche, por el desierto, unas dos horas yéndonos bien, hasta donde estaría el camión. Cruzábamos la otra parte de la frontera y esperábamos hasta llegar a San Diego. Flor y su padre, los únicos que me acompañaban, me esperaban afuera en el cuarto. Claudia había preferido quedarse con Eli en la casa de su suegra, por precaución. Pues al buscarme un poco de pertenencias tanto en mi antigua casa como en la de mi amiga, se dieron cuenta que Adolfo y sus amigos estaban merodeando cerca. Tulio con uno de sus ojos dentro de un parche negro. Clara señal que mi ataque a su rostro en defensa propia, lo había dejado casi ciego.

Friccioné mis dedos y salí con mi mochila al hombro. Tenía un poco de dolor de estómago, pero con mis trastornos de ansiedad era algo demasiado normal. Mi amiga me miró con una sonrisa que pretendía ser alegre y alentadora. Pero falló de manera estrepitosa. Sus ojos estaban vidriosos. Ella tambien sentía miedo por mí. Porque si nos poníamos ambas de pesimistas, esta sería la última vez que nos veríamos.

— ¿Lloras como si me hubiese muerto? Te creía más valiente, Flor Duarte—ella comenzó a reír, contagiada de mi sonrisa y mi chiste.

Yo era más capaz de disimular el llanto, pues en varias ocasiones por culpa de Adolfo me lo tuve que tragar y soltarlo solo cuando él se encontrara en el burdel.

—Tonta—se secó las lágrimas—quiero ser valiente pero se me dificulta un poco si sé que tal vez no te vuelva a ver.

—Me verás—friccioné su brazo—no estoy lista para entregarme a la muerte todavía. No, si puedo seguirte fastidiando con mis locuras—volvió a reír y me abrazó.

—Deseo de todo corazón que te vaya bien, Moni. Que llegues sana y salva a Los Ángeles.

—Yo tambien lo deseo. Pero por sobre todo, que consiga estar lejos de Adolfo—buscó algo en su bolsillo.

—Esto te ayudará a ello. Lo envía mamá—me entregó una cajita de terciopelo.

— ¿Qué es?—la abrí y me encontré con una medallita en plata, de la Virgen de Guadalupe.

Sonreí.

—Es preciosa, Flor—la miró conmigo, mientras su padre hablaba por teléfono.

—Mamá dice que Ella y Diosito serán los únicos que podrán protegerte—la puso en mi cuello—es hecha en plata para que no se arruine y no te la roben. Y tambien está bendita.

—Gracias. Y dale un abrazo a mamá tambien, por este regalo—asintió en silencio y yo volví a abrazarla.

En la distancia sonó un silbato dos veces. La señal de que era hora de partir. Y cuando los miré a ambos, supe que era la despedida. Tanto Flor como mí ahora padre adoptivo me abrazaron fuerte, deseándome lo mejor. Mi amiga sin dejar de llorar. Y yo no pude hacerme ya la fuerte. Lloré con ella unos segundos y al final me aparté, saliendo del hotel, antes de que quisiera quedarme por cobardía. Segura del paso que iba a dar, caminé con zancadas grandes hasta el punto de encuentro secreto donde nos encontraríamos con Rucko, y sin mirar a las ventanas, donde intuía Flor y su padre me estarían mirando.

Esta decisión aunque dolorosa era la mejor.



En efecto, cuando llegué al punto de encuentro, ya estaban casi todos, especialmente nuestro líder, que aunque amable era muy serio. Nos explicó como tendríamos que avanzar y la importancia de que nadie se quedara rezagado. Dio la orden y el camino inició, siempre todos alertas, que no estuviera haciendo rondas la policía fronteriza tanto de México como de Estados Unidos. Me eché la bendición al partir y procuré mantenerme al mismo paso del guía.

SUITE 405 (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora