CAPÍTULO 68:

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Día y noche se descontaron con lentitud, y volvió a amanecer. Ahí en mi supuesta celda/habitación, los segundos se iban desgranando como arenas cayendo de un reloj. Aunque pensaras que se habían sucedido semanas enteras, solo minutos o pocas horas habían pasado en el reloj. Mi estancia allí, si bien tortuosa, la pasé, pensando cómo escapar. Las esposas de mis manos no saldrían a menos que me las quitaran con las llaves, pero por lo menos ya no estaba encadenada a la pared. Tanto va el cántaro al agua que al final lo rompe, ¿no? Y de tanto tirar en mis ratos libres, de esas cadenas en la pared, se habían arrancado y por fin tenía un poco de libertad.

Mis verdugos no iban a buscarme, salvo para que fuese al baño o darme comida. Una carne tan podrida y maloliente que lo único que podía hacer cuando Abigail se iba, era echarla disimuladamente por el agujero que habían hecho las cadenas en la pared. Aunque el arroz si me lo comía. Eso era lo único que me mantenía aún con un poco de fuerzas. Adolfo y su amigo tampoco habían vuelto a hacer acto de presencia, y eso era un alivio. De por si me costaba resistir las visitas de Abigail, en que me trataba como un burro torpe, para que ellos se incluyeran en la lista y me golpearan más de lo que ya estaba.

Pero sabía que tarde o temprano mi ex marido volvería a entrar al cuarto, y eso solo significaría una cosa. Que mi hora final había llegado.

Pegué la oreja a la puerta una vez más, tratando de saber si había alguien cerca o no. Entonces si no era así, podría llevar a cabo mi último plan. El que desde el día anterior me mantenía cuerda.

La ventana que poseía la habitación, no tenía barras de hierro hacia afuera, que impidieran saltar. Solo en el interior. Y con ayuda de un pequeño gancho de una barra de metal que había encontrado bajo la cama, luchaba todos los días para soltar los tornillos que ajustaban el hierro al vidrio. Si conseguía zafarlo, en un momento de descuido, podría abrir la ventana y tratar de saltar. Las cadenas en mis esposas tal vez me ayudarían a amarrarme para no caer muy fuerte.

No sería la damisela que se quedaba esperando a que la salvaran. Desde que había tomado la decisión de huir de Adolfo al cruzar la frontera de México, había dejado de ser esa mujer. Abandonado mi puesto de la tonta sumisa que solo se echa a llorar; para volverme la mujer fuerte, que Andrew también había ayudado a forjar, y defenderme por mi cuenta. Si tenía manos, pies e ingenio, todavía podía luchar.

Cuando pasos no se escucharon fuera de mi puerta, me alejé de allí y corrí en busca de mi arma bajo la cama, volviendo a la carga con la ventana. Utilicé la pequeña punta del gancho, y con mucha cautela y paciencia, le seguí luchando a los tornillos. Era tortuoso, pero algo había conseguido, y solo me faltaba uno para desprender la reja.

No podía ser tan difícil, cuando las limitaciones que solo estaban en tu mente, ya habían desaparecido.



—Según los planos, esta es entonces la dirección a la que te citó Adolfo García.

Todos miraron a la pantalla gigante, el incluido, contemplando la fortificación que solo se mantenía en pie por un milagro.

—La antigua planta de energía, cerca del paseo marítimo.

Hoy esa fortificación, era casi solo ruinas, comida por la corrosión al recibir el viento salado del mar, y la falta de mano de obra.

—Hace unos pocos años también fue taller de desguace de autos—aportó otro oficial, mientras todos miraban al mapa.

—No fue poco inteligente el señor García al pensar en ese lugar para la cita.

El capitán, que hasta el momento estaba callado, estudiándolo todo, se enderezó, retrayendo la punta de su bolígrafo.

—En realidad sí fue poco inteligente. Si tomamos en cuenta que el señor Donovan no cumplirá la cita—él no pudo evitar reírse.

SUITE 405 (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora