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«¿Acaso tengo monos en la cara?» El aumento de flujo sanguíneo se centró en sus mejillas por lo que se sintió acalorada

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«¿Acaso tengo monos en la cara?» El aumento de flujo sanguíneo se centró en sus mejillas por lo que se sintió acalorada. Procuró esconderse encorvando sus hombros, evidentemente le fue imposible, seguía a la vista de un par de ojos verdosos.

Evitó relacionar aquel chico consigo misma, se aferró a la posible idea que a su lado se encontraba lo que captó su atención y esa era la razón por la que no apartaba la mirada; una pared lisa no debería ser tan interesante.

Dejó de observar el pupitre y levantó la vista. Frente a ella habían varios profesores, entre ellos se situaba su docente, quien alzó los pulgares en su dirección junto a una exuberante sonrisa.

La porra la hundió más bajo la presión que cargó en las dos últimas semanas antes de esa mañana. En ella se había depositado la confianza de muchas personas y eso le angustiaba. Tal vez no era tan capaz como muchos de los presentes.

Se sentía como si la hubieran empujado a caer en arena movediza y esperaban que saliera por su propia cuenta y cuanto más luchaba por complacerlos, más la devoraba la tierra.

Sus labios se estiraron un poco, dejando ver una diminuta y tímida sonrisa para su profesora. Quiso ser discreta y pasar desapercibida pero esa pesada mirada nomás no la abandonaba. Él diría que ella era ridícula al sonreírle a la nada y además, que su sonrisa era fea, pensó ella.

Repasó las instrucciones que dieron los docentes y se mentalizó para la prueba. Debía irle bien. Debía dejar de pensar en los excelentes y preparados alumnos que se encontraban al otro lado del aula. Uno de tantos era ocupado por quien se atrevía a observarla. Si no lograba obtener una buena puntuación dejaría en humillación a su institución. ¿Con qué cara iba a regresar? Todo su esfuerzo habría sido en vano.

Solo cuando dieron luz verde para poder empezar a responder, dejó de sentir la incómoda mirada sobre su rostro y soltando la tensión en un suspiro, analizó el primer problema.

El descanso llegó rápido. Había sido bastante sencillo, logrando así completar más de la mitad de la prueba en ese tiempo. No por ello se relajo, sino todo lo opuesto. Se embriagó de nervios en el momento que su profesora caminaba por su lado.

—No hay prisa, Faina, tómatelo con calma —le habló pausadamente y con tono discreto la maestra. La alumna asintió cerrando el libro para entregarlo.

Restregó las manos sobre la falda del uniforme, quitándoles el rastro de sudor. El aula se encontraba con buen clima, ni acalorado ni friolento, pero las situaciones semejantes a esa ocasión le provocaban sudar hasta la gota gorda.

Bajo el permiso de tomar aire libre, se encaminó a la salida. Un extenso y solitario pasillo se abrió delante de ella. ¿A dónde iría?

Percibiendo, de nuevo, una mirada posada en ella, tomó fuerzas que la impulsaron a salir. Así como otros lo hacían.

«Dios, hace que me den ganas de vomitar. ¿Me encuentra chistosa a caso?».

—Deo, ¿A dónde vas? ¿No quieres aperitivos?

«¿Quién es Deo?» se cuestionó dejando atrás el aula y sin voltear.

Cuando dobló en un pasillo supo que alguien la seguía. Apresuró un poco el paso. La persona la imitó. Para su suerte encontró la puerta de los sanitarios cerca. No dudo en entrar. 

Sé que les va a gustar mucho esta parte, pero los hará llorar más, prepárense

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Sé que les va a gustar mucho esta parte, pero los hará llorar más, prepárense. 🤍🤍

Días nubladosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora