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Para encontrarse a Deo, siempre tenía que ser un lugar y momento extraordinario

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Para encontrarse a Deo, siempre tenía que ser un lugar y momento extraordinario.

—¿Puedo saber que te ha traído hasta aquí? —por la ubicación, deseaba que no tratase de un asunto grave.

—Mi abuela, ella, no sé —no podía explicarlo, seguía asustada—. Está mañana se despertó sintiendo mucho dolor en el pecho.

—¿Se encuentra bien?

—Le están realizando unos estudios. Dicen que no fue grave, que no hay que preocuparse —su voz era apenas audible—, no lo creo.

Deo, indeciso de lo que va a decir, lo suelta:

—Si tu intuición te está advirtiendo a gritos que no es como los otros suponen, aunque digan ser expertos... vete a otro lugar, antes de que pueda ser muy tarde.

Le toma unos segundos asimilar el consejo.

—No debo dudar de este lugar, ¿no? Por algo es elevado su costo —dice confundida.

Deo suspiró profundamente con pesar y bajó la vista a la hoja que sostenía en sus manos. Su nombre se visualiza en lo más alto.

—Incluso en lugares como estos pueden meter los dos pies hasta más de una docena de especialistas...

La piel de Faina se erizó por las últimas palabras de Deo.

«¿Por qué lo decía con dolor?» se preguntó sin llegar a decirlo en voz alta.

—Meses de trabajo se me han ido en unas horas estando aquí, y para nada es reproche para mi abuela —aclaró antes de que el mensaje pudiera entenderse erróneamente—, a lo que me refiero es que merecemos recibir bien el servicio. ¡Incluso si es el servicio más económico o más caro, o si se tratara del presidente o de un vendedor ambulante, ¿sabes?! Se trata de la salud de las personas, por si lo olvidaron. No son un juguete que se puede reparar cualquier otro día.

Cruzó los brazos bajo su pecho. La indignación y frustración se apropiaron de ella.

—Tienes razón...

—A veces ni siquiera levantan la cabeza para saber con quién están tratando —continuó—. Para ellos solo son: el del dolor de cabeza, una embarazada más, los ancianos deteriorados, el del riñón inservible, el de la rodilla lastimada... y la lista sigue —exhaló lento con la intención de bajar el ritmo de los latidos de su corazón.

Levantó la mirada al reloj colgado en lo más alto de la pared, dentro de un aproximado de diez minutos Dolores saldría de sus estudios.

—Déjame rectificar un poco mis palabras... —ante el silencio de ella, prosiguió—. Si tu intuición está advirtiéndote a gritos que no es como los otros suponen, haz notar tu voz tanto como sea necesario. Pero tampoco te aferres tanto si no está sirviendo de nada.

Sus ojos verdes coincidieron con la oscuridad profunda de los de ella.

En degradado, la tensión fue bajando hasta desaparecer, pero floreció la pena en su lugar.

Deo solo estaba ofreciendo posibles soluciones y ella le recriminó cosas que no eran su culpa.

—Gracias... y perdón, no debí expresarme así y culparte de algo en lo que no tienes nada que ver.

—No dijiste nada malo que me molestara, de hecho, estoy muy de acuerdo contigo.

Le devolvió la sonrisa y se tranquilizó un poco, pensó que ese genuino gesto no debía de mentir, así que le creía.

Ambos fueron absortos en un ambiente vestido con una variedad de colores vivos y aromas dulces. Solo cuando las llantas de una camilla rodaban por la cerámica del suelo, los devolvió a la realidad.

—Y tú, ¿Por qué estás tú aquí? ¿Estás bien?

Deo asintió en respuesta de la segunda pregunta.

—Mi familia tiene la tradición de realizarse chequeos cada cierto periodo de tiempo —extendió su brazo dejando ver una diminuta marca roja, donde le han extraído sangre, que contrastaba con su piel blanquecina.

—¿Cada que tanto tiempo? —se interesó.

—Unos cuantos al año —le daba vergüenza hablar al respecto.

—¿Dos?

—Tal vez cuatro...

Faina se sorprendió, eran demasiados. Nunca había escuchado algo parecido, siempre recurrían a los estudios cuando ya era muy grave un malestar o los primeros síntomas de algo muy feo.

Quiso preguntar si era propenso a padecer alguna enfermedad, sin embargo, se trataba de un tema tan tan privado que decidió no ser chismosa, apenas lo conocía y no quería incomodar ni ahuyentarlo.

—Debe ser agotador, ¿no? —jugó con sus dedos—. Aunque eso es bueno, evitan cualquier gravedad ante una enfermedad si lo detectan a tiempo.

—Sí —dijo él.

Deo fue consumido por el mundo en el que sus padres lo obligaron a adaptarse. Era conocer del buen dicho que dice «Quien no conoce su historia está condenado a repetirla». Sus padres vivían bajo la incertidumbre de perderlo, de perder a otro hijo por no cuidarlo bien. Se sentían condenados y junto a ellos, ataban a Deo. La soga ajustaba, y muy fuerte.

Faina no supo con certeza a que fue dirigida esa respuesta, pero por la forma en que se expresó, estaba segura que debía ser muy cansado estar allí cada tres meses.

Reparó en sus facciones relajadas mientras pensaba y la angustia que guardaba para sí mismo. Permaneció en silencio para no molestarlo, cuando ella también tenía cosas en que pensar, le agradaba que no la interrumpieran.

Volvió a ver la hora, dos minutos.

—He notado que Ray no está —comentó Deo de pronto, Faina se asustó y evitó reírse de manera nerviosa.

—Se ha quedado en casa —le explicó—, no me gusta que esté en lugares como estos.

—Hiciste bien, el ambiente del hospital es horrible, como si ensuciara...

—¿Así te hace sentir?

—¿A ti no?

Encogió sus hombros en respuesta.

—Ojalá volver a verte pronto, Deo. Es momento de regresar con mi abuela.

Faina, sin haberlo previsto, se sorprendió recibiendo el abrazo de Deo. Su tacto fue delicado al rodear su menudo cuerpo. Y cuando la piel descubierta de ambos hizo contacto, se llenó de energía. Soltaría chispas si tan solo hubiese durado un poco más el junte.

—Estará bien, no ignoren las señas —susurró justo al alinear sus perfiles uno al lado del otro—. Hasta luego.

Se separaron sin realmente quererlo.

En el transcurso de regreso, Faina trataba de no tropezar con sus propios pies. 

Primer abracito <3 🤧

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Primer abracito <3 🤧

Días nubladosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora