Mientras se pueda, el destino reunirá a quienes merecen estar juntos. Nunca se tratara solo de una casualidad.
Faina volvió a la librería, esa vez, como clienta. La emoción que le producía regresar a casa con un libro en sus manos le hacía una ilusión tremenda. Era tan evidente ese detalle, que pasar desapercibida su sonrisa era imposible.
Merodeando por todos los pasillos, quiso llevarse al menos cinco libros de cada estante. Sin embargo, debía escoger bien antes de ir a caja por que solo habría un seleccionado.
Una chica bajita, de cabello y ojos cafés, que también curioseaba por los pasillos con su mismo entusiasmo, le ayudó con algunas recomendaciones interesantes.
Hubo uno que le llamó la atención sobre todos los demás; romance de época, dos enamorados orgullosos. Ella de familia pobre, él el más rico de la ciudad.
La lectura ideal, pensó.
A pesar de desear seguir en la tienda, se vio obligada por sí misma a ir a pagar. No quería que los empleados ya miraran con molestia por el lapso de tiempo que llevaba en la tienda. Ellos ni se enteraban que aún no se iba, con lo silenciosa que era pudo robarse la tienda y nadie la habría atrapado.
De camino al mostrador, lo notó. Deo se encontraba de espaldas.
—Caballero, no puede estar manoseando los libros. Va a desgastarlos y nos espantará a los clientes —su tono de voz fingido logró su objetivo.
—Pero... —rezongó girándose. Se pasmó al verla, no creía que se encontraba de verdad frente a ella, otra vez. Se percató pronto de la pequeña broma en la que cayó—. Ah, solo eres tú —dijo luciendo desinteresado, pero su sonrisa exponía que desinterés era lo último que tenía.
Por invitación del chico, un poco más tarde, se encontraban en la terraza según por la vista y la comida y fue a lo que menos le prestaron atención.
—No importa con que venga acompañado, si trae puré de papa, es mi platillo favorito —aseguró.
—¿Por qué? —le pregunta ella interesada tanto como extrañada.
—Me ofende tu cuestionamiento —cruzó los brazos, haciéndose el indignado—, es que es deliciosa la manera en que se deshace en el paladar y no puede faltarme una limonada —alzó su vaso y le dio un tragó.
Faina apartó la mirada de inmediato al notar que Deo lamía sus labios, borrando el rastro de limonada.
—Nunca he probado un puré de papa que sea bueno —observó los edificios más altos de la avenida.
La perspectiva de estar allí sentada la hizo sentir diferente; el panorama le ofrecía una vista amplia y ya no percibía tan altas las construcciones.
—Un día voy a cocinar uno para ti, debe ser pronto porque no puedes seguir viviendo sin probarlo —hablaba con un tono alegre que resultaba contagioso para su acompañante—. Lo justo será que me prepares tu comida favorita también, que no me has dicho cual es.
Ella lo miró de reojo, burlona.
—Bueno, no habías preguntado —no acostumbraba hablar de sí misma si la otra persona no preguntaba, para ella era claro que la persona no tenía interés en saber si no indagaba—. Mis dotes en la cocina no son tan buenos como los de mi abuela, si quieres sopa de letras tendrá que ser preparada por ella —advirtió.
—Es válido —estiró su mano, simularon que sellaban el trato.
La primera vez que sus manos se unieron. ¿Habían conducido un choque de electricidad o fue imaginación de ambos?
Solo Dios sabrá qué fue lo que sucedió después de ese toque. Pero algo se quedó en cada uno de ellos tras esa unión, ¿cambió algo en la sangre de ambos? Nah, eso es imposible.
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Días nublados
Short StoryHay momentos en la vida que nunca entenderemos por qué nos ocurren, como: ¿por qué perdí mi suéter favorito? ¿por qué se cayó mi comida al suelo? ¿por qué el semáforo tardó tanto en cambiar? ¿por qué el chofer del autobús no me esperó si estaba apre...