Faina apreciaba con cariño por última vez el gafete que la acompañó desde que la aceptaron en el trabajo.
El aviso del cierre definitivo lo anunciaron con tres días de anticipación.
Días en los cuales no tuvo tiempo para buscar otro empleo. En la escuela de Deo se llevó a cabo un concurso de disfraces, era tanto el entusiasmo del menor por participar, que Faina paso sus ratos libres armando uno.
Nostálgica, dejó salir un suspiro con lentitud. Su vida daba otro giro, mareándola y desorientándola de donde acababa y que seguiría.
Recibió un fajo de billetes por su trabajo durante los meses de labor.
Escuchó atentamente las palabras de la entonces exjefa que despedía a todos los empleados con pesar.
Estaba por irse cuando corrió para darle un abrazo a la mujer que la trató con mucha paciencia todo el tiempo. Se alegraba por el crecimiento al que se iba a enfrentar, ya que trasladaría el negocio a una ciudad más grande. Le deseo éxito y salió del local.
En un principio, su rumbo fue vagar por el centro y buscar anuncios de vacante, sin embargo, decidió descansar ese día.
La puerta se encontraba entreabierta y antes de tocar el pomo de la puerta, unas voces femeninas la detuvieron al captar la confidencialidad en la entonación de las palabras de su vecina, pretendiendo que nadie más que Dolores la escuchara.
—Mi hijo va a entrar a trabajar a un bar, lo agarraron aunque es menor de edad —le explicaba viéndola directo a los ojos—. Están buscando a más como él pero tú ya no eres una jovencita, Lolita. Pero si me entero de uno que contrate a personas mayores, vengo corriendo a avisar.
La abuela de Faina se entristeció por la falta de oportunidad debido a su edad y se angustió terriblemente porque su nieta, justo ese día, quedaría desempleada.
Le agradeció a Cecilia por su apoyo y a Dios por cruzarla en su camino, era una mujer bondadosa en la que confiaría hasta con los ojos vendados.
Desde varias semanas atrás se le incrusto la idea de volver al trabajo, luego de la inesperada despedida de su antiguo empleo no significaría que se retiraría. Pese a sus ganas de trabajar era una mujer que estaba próxima a ser una adulta mayor, sin estudios y sin experiencia en diversas áreas. Siempre se dedicó al hogar entre familias adineradas, ya era poco probable que la contrataran en algo diferente.
De aquella tragedia, tampoco se esperó que su nieta se viera obligada a abandonar la escuela para tomar las riendas del sostén de la familia por su incapacidad inoportuna.
Su brazo ya estaba casi al noventa por cierto mejor, por las secuelas había que tener más cuidado con sus movimientos, sin embargo, Dolores era una mujer muy tosca y muy terca.
—Quiero Faina vuelva a la escuela antes de que se acabe el año, merece un futuro prometedor, ser profesional, estudiar lo que desea —confesó la mujer que ha criado a sus nietos con la mano en el corazón y temerosa del futuro de su chiquilla que siempre sacrificaba todo por ellos.
Dolores se sentía responsable de esa carga.
Faina se recargó en la pared, enternecida de lo que oculta su abuela a sus espaldas. Ya habría otro momento para hablar con ella sobre lo que escucho. Lo único que priorizo de la conversación fue la oportunidad de trabajo a la que ella podría acceder; se tomó un momento para llorar, sin importarle que estuviera a plena luz del día y expuesta a que los del vecindario la miraran.
Esperó unos minutos antes de ingresar a casa, aparentando que nunca estuvo oculta al otro lado de la pared.
Por su rostro húmedo, atrajo la atención de ambas mujeres.
Faina le explicó a Cecilia lo sucedido durante la mañana con la esperanza de que le mencionara sobre el trabajo de su hijo que minutos atrás le informaba a Dolores. Salió justo como deseo.
Al acabar con su teatro, prestó atención a las gigantescas bolsas que ocupaban el centro de la cocina.
—Mija, mira —le dijo la vecina, intentó que el humor de Faina mejorará—. Esta ropa te puede quedar, hay un montón para ti.
Sacó un par de blusas, entre ellas, una negra con un estampado amarillo fosforescente llamó su atención; era una cara compuesta por ojos en forma de unas cruces y sacaba la lengua, ponía una frase en ingles que ella no supo traducir, pensó que tal vez significaba «nublado».
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Días nublados
ContoHay momentos en la vida que nunca entenderemos por qué nos ocurren, como: ¿por qué perdí mi suéter favorito? ¿por qué se cayó mi comida al suelo? ¿por qué el semáforo tardó tanto en cambiar? ¿por qué el chofer del autobús no me esperó si estaba apre...