2.04

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Abrí la botella y le di un largo trago

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Abrí la botella y le di un largo trago.

Transcurrió un parpadeo, o así fue como lo sentí, cuando de repente estaba dandole de la botella a un chico que no conozco, se tomó el último trago.

Alrededor había gente animando el momento. Bajé la botella y la agité, comprobando que estaba vacía.

Luego, la cabeza empezó a dolerme.

Me sobe la frente con la ayuda de tres dedos, la desagradable sensación no aminoro.

Mire a lo lejos la puerta de los sanitarios y trate de no perderla de vista. Cuando está se cerró, dejó de escucharse el ruido molesto de la música, eso aligero el abrumador peso que sentía en mi cabeza. O eso me quise hacer creer.

Me acerqué al lavamanos, la mayoría de los cubículos se encontraban ocupados y ningún hombre se lavaba las manos. Abrí el grifo y me apoyé sobre la superficie, mirando como un grueso chorro de agua iba directo al drenaje. Mis manos se empuñaron sobre el mármol y lo solté al mismo tiempo que exhalé. Llevé mis manos debajo del agua y las rasgué con mis uñas acompañándolo con una desesperación intensa al punto de dejarle marcas rojas.

Parecía tentativo, pero no quería fallarme a mí mismo. No esta noche ni ninguna otra más. No de nuevo.

Estire los dedos, hasta que las extremidades llegaran a su límite.

—¿Piensas desgastar más agua?

Tuve un espasmo de susto por la repentina exclamación. En el reflejo del espejo un señor me miraba con mala cara. Cerré la llave y salí de ahí.

Relacioné el dolor de cabeza con la música cuando al salir volvió a palpitar mi cráneo. Ya no estaba siendo muy amena la noche con la molestia. Decidí buscar a mis amigos para avisarles que me marchaba. Paseé la mirada por el local y no los pude encontrar.

¿Dónde habían dicho que se iban a encontrar?

Caminé a paso corto a la barra, me apoyé sobre la superficie aún buscando al trío.

Me tope con un profundo color negro de ojos que levantaron la mirada del suelo y se clavaron fijamente en los míos.

El dolor de cabeza aumentó, junto a un escalofrío que erizo mi piel.

—Me das... lo que sea que tenga alcohol, por favor —le pedí al barman mientras atendía a otro cliente. Asintió dejando claro que me había escuchado.

Estiré la mano para agarrar el caballito al momento que me ponía de pie y me giré a la pista. Moví mi cabeza al ritmo de la canción. La multitud que bailaba me contagió de entusiasmo bailarín para acompañarlos.

Señalé a un grupo de chicas alentandolas a no parar. Me escurrí hasta el centro de la pista.

El olor a mar me aviso de su llegada antes de verla de frente.

—Eh, hola —a pesar de la buena música puesta en el club, esas palabras sonaron mejor.

—¿Hola? —repetí con un tono burlesco—. Tú de nuevo.

—Yo.... ¿tienes la hora?

La ví con duda. Mi expresión fue totalmente percibida por ella ante mi falta de discreción.

—¿Entraste a mitad de la pista solo para preguntarme la hora?

Su ceño se frunció. Como si eso no tuviera algo de raro.

—¿Qué?

Una sonrisa ladina se dejó ver en mí cuando mi rostro se iluminó por la luz de la pantalla del celular.

—Quedan un par de minutos para que den las dos y media de la mañana.

—Gracias —sonó confundida.

Volví a bailar e intenté actuar como si no estuviera, ella se mantuvo quieta, mirando el alrededor.

—¿Es todo? —pregunté finalmente.

Abrazó sus propios brazos y volvió a verme.

—Siento interrumpir tu baile, parecías amigable... —habló bajo, decepcionada.

Era de esperarse que me ofendería.

—¿Es que no lo soy?

Me miró horrorizada y a punto de correr. Yo lo hubiera hecho, ella fue muy valiente al quedarse.

—Mira que bonito podemos bailar juntos —le ofrecí mi mano y comencé a bailar sin sentido —ella la observó indecisa y con sus manos casi pegadas al pecho. Acerque lentamente mi mano para tomar la suya y seguí bailando, a lo que ella empezó a moverse.

Ladeo su cabeza y aunque sonrió genuinamente, requería de su aprobación.

—¿O prefieres que te suelte?

—He vivido aferrada a la superficie tanto tiempo, que si me dejan libre un momento, voy a ahogarme.

—¿De qué mar has salido, querida sirena?

Este juego de analogías me dio una razón para entender por qué su voz me atraía. Como un clic en mi cabeza, el olor a sal se convirtió en olas frescas de mar que ella desprendía. La música se transformó en marea desplazándose sobre la arena y golpeando contra las rocas.

—De las orillas de uno —dijo.

—Déjate sumergir, quiza te sorprendas a ti misma descubriendo que puedes nadar.

—Sí, bailemos.

Su mano se aferró mejor a la mía y fue ella quien me guío en una danza magnética.

Un choque diferente a nuestro primer encuentro.

—Podrías haberme invitado a bailar, me gustan las chicas con iniciativa —sonrió incrédula ante mi comentario—. No te sacaré de la pista en todo lo que resta de la noche.

Fue demasiado ligera hacerla girar, casi parecía experta.

—¿Bebes demasiado? —preguntó la desconocida con curiosidad. El rumbo de sus palabras me indicaron que pasamos mucho hablando de ella.

Encogí de hombros.

—No, la verdad no tomó mucho —me sinceré.

—¿Y por qué hoy sí? —no se fue mi imaginación o veía con demasiado anhelo mis ojos, durante el baile no perdía la oportunidad para verme directo a las pupilas. Parecía ida.

La miré como si portará un signo de pregunta gigante en la frente.

—¿Parezco estar hasta las chanclas?

Afirmó con una sonrisa plana.

—Lamento darte esta versión de mí. El Agni común y corriente que conocerías en cualquier otro día no estaría bajo estas pobres condiciones —entrometí mi mano entre ambos.

Bajó la mirada a ella unos segundos y dio un giró sobre sus talones, obligándome a seguirla. 

 

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Días nubladosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora