—¿Te sientes mejor?
Dolores asintió regalándole una sonrisa.
Faina enrollo su brazo con el de su abuela y caminaron hasta llegar a una parada de camión.
Observo con pesar la bolsa de medicamentos que cargaba. A partir de ese día, el cuidado de su abuela debía ser más especial. Si seguía en pie la idea de Dolores con trabajar, era mejor que lo olvidara por que su nieta no la dejaría. Con su trabajo estaba bien acomodada, aunque la adulta se encontraba muy inconforme por los horarios y los riesgos que estos suponían.
Estuvieron en silencio, esperando el transporte que tardó buen rato en llegar.
—¿Qué quieres comer? —preguntó Dolores.
Su nieta giró la cabeza hacía la ventana para que no notará su repentina molestia. Faina contaba con dos opciones; decirle sutilmente que ella sería la que cocinaría o ser directa con el reposo que debía tomar.
Fuera como se diera el caso, Dolores se molestaría y se sentiría débil, y Faina prepararía la comida antes de que su abuela pudiera hacerlo.
—¿Tú quieres algo en especial? —finalmente opto por regresarle la pregunta. Ante el rechazo de la adulta, Faina agregó—: llegando a casa le preguntamos a Rayco que le apetece.
Dolores estuvo de acuerdo.
Eso relajo a la adolescente por el resto del camino.
Cuando llegaron a casa, encontraron a Rayco en el comedor, comiendo sopa de albóndigas. De fondo, en la televisión, se podía escuchar la segunda película de Cars.
—¡Abuela! —dijo poniéndose de pie, le dió un cariñoso abrazo—. ¿Te sientes mejor?
—Sí, corazón. ¿De dónde has sacado esa comida? —preguntó sorprendida. Faina sonrió al intuir quién fue la responsable de prepararla—. ¡Te dije que no abrieras la puerta si alguien tocaba!
—Pero era Ceci, a ella la conozco —replicó en defensa.
Unos golpes llaman a la puerta. Faina abrió, al ser la más cercana a la entrada. Se encontró con su vecina cargando dos platos de comida.
—¡Uy, me quemó! —Faina abrió más la puerta y se movió, para dejarla pasar—. Hasta que llegan —celebra Cecilia dejando los platos en la mesa—. ¿Qué tal te fue, Lolita?
La adolescente levantó en alto la bolsa de pastillas.
Como cuento de todos los días, sin haber descansado, Faina fue a darse una ducha para ir al trabajo.
Y en algunas ocasiones en la madrugada, tras su regreso a casa, aún guardaba mucha energía y no le permitía conciliar el sueño.
Faina iba a la cocina, se recostaba en el sillón y releía «El Principito». Su parte favorita eran los escritos y dibujos de un pequeño Deo.
Solo cuando llegaba hasta la parte donde se ocultaba una nota, que infería que él la escribió para alguien muy especial, descansaba tranquila por alguna particular razón que no comprendía. Suspiraba cerrando el libro y sus párpados que de pronto se volvían pesados, se cerraban y caía en un sueño profundo. Aunque ella nunca imaginó que la dedicatoria fuera para sí misma, la releía con frecuencia, causando en ella una sensación de ternura.
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Días nublados
Short StoryHay momentos en la vida que nunca entenderemos por qué nos ocurren, como: ¿por qué perdí mi suéter favorito? ¿por qué se cayó mi comida al suelo? ¿por qué el semáforo tardó tanto en cambiar? ¿por qué el chofer del autobús no me esperó si estaba apre...