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Para percibir y apreciar las noches frías hay que estar recostado bajo la brisa de un cielo nocturno

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Para percibir y apreciar las noches frías hay que estar recostado bajo la brisa de un cielo nocturno. Por su lado opuesto, para pasar una noche cálida hay que tener una bonita compañía.

A falta de una y otra, la calidez de mis días se había enfriado lo suficiente para no ser hielo, pero quemaban como tal.

La noche de esta historia no tuvo frío, ni calor. No me interesó aquello. El clima de una nueva ciudad no era razón de mi entretenimiento, no viajamos motivados por ello. Mi cuerpo y mente se encontraban embriagados literalmente a punto de perder la razón y de conocerla a ella.

Ya no sabía si las luces giraban o era yo. Podía sentir la música atravesar mi cuerpo, el volumen era fuerte. La gente de mi alrededor eran como entes, no distinguí con claridad el rostro de ninguno. Solo vislumbre el de ella, tanto brillo no merecía ser ignorado. De haberme atrevido a ser tan descarado, no me lo hubiera perdonado nunca.

El mundo dio vueltas, tan rápido, tan fugaz.

Ella me hizo sentir así en una noche.

Mi mano temblaba sosteniendo una botella. Los dedos de la otra eran igual que la gelatina; no lograba desenroscar una simple tapa. Parpadee sintiéndome perdido al ritmo de algo, de la música o las luces, no sé, quizás de ambos.

Me aferré a ser útil para mí mismo y destapé la botella unos segundos después, sin embargo, no medí la fuerza ejercida y la tapa salió volando.

Una sonrisa ladina cubrió mi rostro al ver el plástico convertirse en una cucaracha voladora.

Seguí su trayecto, no moví ni un músculo hasta que visualice el momento perfecto para intentar atraparla en el aire. A causa de la descontrolada ingesta del alcohol, me tambaleé perdiendo la coordinación y por fortuna, alcance a sostenerme de una silla a tiempo. Pero por otro lado, el lado de la desgracia, cometí el error de aplastar la botella y el contenido salió por el orificio directo a mí, el agua purificada empapada en mí pecho no tardó en refrescarme. Con el pulgar y el índice agarre la tela de la camiseta para despegarla y tiré de ella varias veces para apresurar el secado.

—Uh, está fría —la torpeza me sirvió para darme un golpe de realidad, solo así mis sentidos se volvieron a avivar—. ¿Cuál es el nombre de esa canción y por qué suena tan bien?

Hice el intento de menear mis caderas a los lados, siendo sensual.

—Oye, ven a otra ronda —dijo Nadir desde un extremo lejano de la mesa.

—Ya los despedace demasiado, déjame descansar —alce la botella de agua purificada en señal de salud.

Una vez más todo dio mil vueltas.

Maldito mareo, maldito dolor de cabeza.

—Ven acá, Agni —insistió Dax—, se les está subiendo el ego.

Días nubladosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora