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La distancia entre la pista y el avión se acortaba cada vez más

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La distancia entre la pista y el avión se acortaba cada vez más. Deo aferraba sus manos al cinturón deseando tocar el suelo por fin. Percibía que los segundos transcurrían más lento conforme se aproximaban al destino. Era como si llevara días volando. Observó por la ventana a su costado derecho y vislumbró los edificios de su ciudad, la que tanto había extrañado. Quería recorrer las calles y llegar a su hogar. Cuando fue momento de descender, se esmeró en ser paciente esperando su turno para bajar en orden.

—Por fin ya casi vamos a casa —escuchó decir a su madre.

Se levantó y de las gavetas sacó su equipaje de mano, le pasó a su madre la suya ansioso. Sus manos y pies sudaban, sostuvo firme la tela del bolso y caminó con precaución.

—Mamá, voy a comprar un café, ya vuelvo para ayudarte con las maletas —le avisó alejándose, encontrando el momento perfecto para huir.

Nayla se desorientó de aquel acto, pero evitó llamarle, ya que gritar significaba crear un alboroto y no querían que la escucharan siendo escandalosa.

Su madre no lo perdió de vista y cuando miró que este se dirigía a la salida y no a los puestos, fue detrás de él, asustada de que ocurriera lo que temía desde que partieron a otro continente. Sacó su celular y marcó su número, su hijo no respondió. Nayla miró a un guardia y le pidió que lo siguiera mintiendo en el acto, alegando que este había robado uno de sus bolsos.

Cuando el muchacho llegó a la salida, subió al primer taxi que miró que estaba por irse. Dentro había un adulto mayor y el chofer.

—¿Le molesta compartir viaje? Yo puedo pagar por ambos, me urge llegar a la ciudad y no hay más taxis.

El viejito encogió los hombros y el taxista arrancó. Durante el trayecto les contó parte de su situación de los años. Ambos iban muy entretenidos escuchando al joven.

Su celular en el bolsillo estaba en modo avión y no planeo sacarlo de allí en todo el día.

Cuando llegó a casa de Faina, creyó por un momento que se había equivocado de dirección, sin embargo, ahí estaba el jarrón de la planta que él mismo le había obsequiado a Dolores. Sólo quedaba eso y la tierra.

Miró con pesar el jardín, no había nada de las plantas verdes ni las flores coloridas de Dolores. Todo estaba seco.

Se acercó a la entrada principal y con sus nudillos, tocó. Esperó un momento y ante el silencio de la vivienda, volvió a insistir. Miró atrás, buscando donde sentarse, estaba decidido a esperar a que saliera o llegará. A su lado izquierdo, un chico salió de la casa de Cecilia. Deo se incorporó, cruzó la calle y se adentró en la propiedad de la vecina.

—¿Hola? Buenos días —dijo llamando con un toque suave, la puerta se encontraba entreabierta.

No tardó nada de tiempo en aparecer alguien, percibió un aroma a asado antes de ver el rostro de Cecilia apareciendo frente a él.

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⏰ Última actualización: Jul 25 ⏰

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