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El sonido chillón y el aroma del desayuno cocinándose inundó la cocina

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El sonido chillón y el aroma del desayuno cocinándose inundó la cocina. Faina se dejó caer en el sofá, cerró los ojos, con sus pies se quitó el par de tenis y se mantuvo así hasta que un olor a quemado le recordó que la estufa seguía prendida. Se levantó obligándose a no parar ni dejar que la venciera el sueño. Servía el desayuno para su abuela cuando llamaron a la puerta.

Decidió ignorar a la persona detrás de la madera, llevó la comida a Dolores a la cama y regresó a la cocina por un vaso de agua y la medicina de la adulta.

La distrajo el llamado, de nueva cuenta, a la puerta. Sacudió su mano y le dio un trago al agua que estaba a punto de derramarse.

Gruñó enojada al tercer toque. La persona en espera no desistiría tan fácil.

—Ve, corazón, debe ser importante —dijo recibiendo las cosas.

Solo por petición de Dolores abrió la puerta de mala gana. El coraje se le pasó de inmediato, sustituyéndolo por la vergüenza.

—Buenos días —saludó Deo cargando una maceta en sus brazos.

—¿Qué haces con eso? —preguntó ella atónita.

Con una mueca de disgusto, se sinceró:

—Me enteré de lo de tu abuela, le he traído estas flores. Por lo que he visto —echa un vistazo al patio—, le gustan mucho las plantas.

Faina abrió más la puerta y lo dejó entrar.

—¿Cómo te enteraste? —preguntó Faina cuando andaban por la calle.

—Tu abuela trabajaba en casa de unos familiares... —esperó que ella comprendiera antes de continuar—. Las empleadas mencionaron el tema y ahí estaba yo.

«Vecina chismosa» pensó en cuanto a su mente vino el rostro de la mujer que vive a unas casas de la suya y que gracias a la recomendación que le hizo Dolores, ella consiguió el trabajo.

De todo eso, solo le interesó una cosa.

—¿Cómo sabías que mi abuela trabajaba ahí?

—Es la casa de mis tíos —Faina lo miró sorprendida—. Un día te mire ahí, jugabas con él temible perro. Mira que me he guardado este reclamo, eh. Te quejaste de mis perritas que son inofensivas cuando tú habías jugado con el oso que tienen de mascota allí?

—Solo molestaba —aclaró Faina.

—De hecho, ¿recuerdas el concurso de matemáticas? Yo estaba ahí y te reconocí. Solo no estaba muy seguro de que fueras tú, dude un poco, por eso te hice llegar la nota, la que no pudiste responder.

—¿Así que fuiste tú?

—Fui yo.

Una sonrisa iluminó su rostro. «¿Quién más podría haber sido» pensó recordando todas las notas que Deo le había escrito y las cuales guardada como si de un tesoro se tratase. Se entristeció por haber perdido la primera.

Llegaron a la escuela de Rayco.

—¿Qué era lo que ponía? Tuve un incidente, no pude leerla.

—Preguntaba si conocías a mis familiares, era un chismoso —La confesión le causó gracia a Faina—. Debe ser bonito tener con quien hacer travesuras —cambió el tema mientras se recargaba en un poste.

—De eso depende, Ray y yo somos todo menos traviesos, eh.

—Haré como que dices la verdad.

—Que tú lo seas, no quiere decir que seamos iguales.

—¿Yo? No, no lo soy. Sin mi hermana no hay razón para hacer travesuras. No puedo hacer nada en casa. Desde que ella no está en casa, es como si un ser maligno se hubiera apoderado de mis padres y me los hubieran cambiado por unos diferentes.

Faina cruzó los brazos y analizó el alrededor. Ray estaba a punto de salir de clases y había muchas personas cerca. No parecía el mejor momento para preguntar.

Más tarde, Deo se quedó en casa y acompañó a Faina a preparar la comida.

—Hablas de tu hermana, pero solo para decir que no está —su voz fue suave—. ¿Dónde está ella?

Deo, a su lado, que luchaba por pelar una zanahoria, suspiró profundamente.

—Murió cuando era pequeña, un virus la consumió.

La mirada de Faina llegó hasta Rayco, que se encontraba sentado en el sillón absorto viendo la televisión.

Deo se situó a su lado.

—Ella está lejos, lejos de mí. Me abandonó, como toda mi familia me abandonó.

—Prometo que yo no lo haré —lo rodeo con sus brazos y acaricio su espalda y le mintió, pero no fue su culpa no saber que su promesa no lo era, ni ella misma nunca imaginaría que solo eran palabras.

Comieron en silencio. Faina bostezo por milésima vez. Deo de imitarla cada vez, ya estaba agotado y además sabía que ya era momento para dejarla descansar.

—Mencionaste que no tienes celular aquí en casa desde que se descompuso el de tu abuela, así que ahora tendrás este —se lo extendió.

Faina negó al instante.

—Lo necesitas, para emergencias. Mi número está registrado, llámame cuando lo necesites.

 Mi número está registrado, llámame cuando lo necesites

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No, este capítulo no me da sentimiento... solo fue la cebolla que picaba Deo la que me hace llorar. 

Días nubladosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora