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Alena me abandonó al darse cuenta de que mis intenciones no eran las mismas que cuando me conoció aquella noche

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Alena me abandonó al darse cuenta de que mis intenciones no eran las mismas que cuando me conoció aquella noche.

Huyó asustada y por desgracia, era muy tarde para mí; eso es lo que decían de mí.

Todos sabían que estaba enamorado, menos yo, porque yo estaba convencido que no podía haberme enamorado de quien nunca me quiso con una intensidad recíproca. Yo jamás podría permitirlo, sin embargo, ahí estaba tratando de olvidar su rostro, esa sonrisa coqueta y borrando el aroma de mi habitación impregnada a fresas. En cada rincón, por más escondido que estuviera, lo tenía invadido con su olor dulce.

Incluso se había incrustado en lo más profundo de mis pensamientos y de mi amor.

Pensaba en ella con mucha frecuencia.

La extrañaba de mil y un formas, empezando por las noches juntos.

Dolía quererla tanto. Había una presión constante en mi cabeza.

Coloqué las pastillas sobre mi boca, abrí una botella de agua y bebí, sentí casi inmediato el efecto, pero todo era mental, un dolor de cabeza insoportable con el que cargaba desde horas atrás no podía desaparecer tan rápido.

Al llegar a las oficinas, noté que uno de mis zapatos tenía una línea de polvo. Me quedaba de paso los sanitarios de la primera planta así que entré directo por unas servilletas.

Un mal olor me penetró al empujar la puerta, tapé mi nariz con una mano.

Recargado en el lavamanos, uno de los intendentes fumaba con los audífonos puestos y los ojos cerrados. Era alguien muy joven.

Me acerqué a tocar su hombro, lo que ocasionó que se asustará. Al verme y percatarse de quién era, alcanzó el palo del trapeador y tartamudeo, sin poder hallar las palabras correctas para justificarse.

—Le juró que estaba por empezar a trabajar, disculpe, buenos días. Yo iba hacer el aseo y tenía planeado fumar más tarde en un lugar adecuado, pero como aún es muy temprano y todo estaba tan relajado, que ví la ocasión perfecta para relajarme y olvidar los problemas de casa.

Sus manos se aferraron a la madera para calmar el temblor, no supe si eran por los nervios o por la hierba.

Al mencionar eso último, no pude hacer menos que identificarme y ser empático. Fumar marihuana no era el mejor método, no obstante, yo no podía juzgarlo sin saber si era su única opción.

Le pregunté su nombre y dudo en decirmelo, muy probablemente tendría miedo de ser despedido.

—Ve a mi oficina, la asistente ya te estará esperando, le diré que vas a encargarte de ella.

—Entendido, señor.

—Expulsa este mal olor, pronto y que no ocurra de nuevo.

Asintió con la cabeza aún más nervioso.

Después de conocerlo, verlo se convirtió en una rutina diaria. Era el transporte adecuado de mi calmante. Ninguna pastilla calmaba el dolor tan bien como la marihuana.

Pero lo más importante es que cubría perfectamente el rastro dulce que dejó Alena en mí.  

Dios mío, el final de la primera parte, I can't moreeeeeee con este final

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Dios mío, el final de la primera parte, I can't moreeeeeee con este final. ¿Qué opinamos?

¿Hipótesis para la parte dos?

Nos seguimos leyendoooo, aún hay mucho que contar y mucho por saber. 🤍

Días nubladosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora