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El día que Isabela, la progenitora de Faina y Rayco, cruzó la puerta de casa por última vez fue como si arrastrará detrás de ella un viento mezclado de tierra y basura, ensuciando así, el hogar de los tres habitantes

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El día que Isabela, la progenitora de Faina y Rayco, cruzó la puerta de casa por última vez fue como si arrastrará detrás de ella un viento mezclado de tierra y basura, ensuciando así, el hogar de los tres habitantes.

—Eh, Faina —llamó a su hija a la vez que buscaba entre sus pertenencias.

—Mande —respondió la menor aun adormilada.

Se encontraba dormida y sola en el momento en que su madre había llamado a la puerta, se asustó puesto que lo hizo con insistencia desde el primer contacto que tuvo la palma de su mano con la madera. Por la prisa y el desespero se levantó de la cama sin sus sandalias y abrió la puerta, no tuvo chance de darse cuenta de que se trataba de Isabela cuando esta ya había entrado.

—¡Dame una mochila, ocupo una mochila! —exigió dando vueltas por la habitación.

Faina permaneció inmóvil en el centro, ¿de donde le daría una mochila?

—¿Para qué necesitas una?

Desesperada, su madre la empujó a pesar de no estorbarle el paso y fue por la primera que encontró.

—¡Mamá, es la mochila de Rayco, la necesita para la escuela!

Su madre la ignoró y vació los útiles escolares en el suelo y lo sustituyó por su ropa.

—¡Mamá! LLévate la mía—chilló, fue por su mochila que casi no usaba e intentó acercarse para quitarle la otra—. Te vas a ir y no vas a devolverla, ¿A donde la llevas? —su angustia porque su hermano se quedara sin su mochila, de Spiderman y con la que estaba encariñado desde dos ciclos escolares, no la hacía hablar con claridad.

Volvió a rogarle a su madre, quien hablaba al aire, repasando lo que necesitaba antes de irse.

La puerta principal se abrió y Faina corrió a la cocina.

—¡Abuela!

Rayco fue el primero en correr a la habitación, chocó con su madre que salía apresurada.

—¿Voy a irme contigo, mamá? —preguntó el menor al ver colgada su mochila en el hombro de su madre, la cual estaba apunto de reventar.

—No, no —lo movió a un lado y caminó al centro de la cocina.

Faina se colocó detrás del menor y pasó sus brazos por su pecho, lista por si Ray intentaba ir detrás de Isabela.

—Voy a irme y ya nunca voy a volver, me iré del país —habló dándole la cara a su madre.

Dolores se movió a un lado, dejándole el camino libre. Ella supo que un día eso pasaría, Isabela era inmadura, impulsiva e irresponsable. Por lo que estaba preparada para esa ocasión. Sería una preocupación menos entre más lejos se encontrará.

Como en todas las ocasiones anteriores, Isabela se fue sin mirar atrás.

—Mami... —Rayco murmuró y extendió su mano, su hermana la tomó y lo abrazó fuerte—, mi Spiderman...

Dolores podía ser una mujer honesta y fuerte, dolida y culpable de la hija que crio. Pero no podía guardarse para ella sola todo ese sentimiento. Iba a estallar en un momento.

Tras saber la verdad, que era algo que ya intuía, la preocupación la invadió. No pudo evitarlo, aunque eso deseaba, era su sangre, era su hija.

Y esperaba que eso no le afectará a sus nietos, era por lo que cada noche rezaba cuando Rayco se acostaba a dormir y Faina salía a trabajar.

—Me han dicho que tu hija estuvo robando, la reconocieron en unos anuncios donde los buscan, la captaron las cámaras de seguridad —Dolores sabía que no eran rumores falsos.

Una noche, Faina cargó con ese peso, un peso que no le correspondía.

—¡Una ambulancia, necesito una ambulancia! —gritó a su vecina para que la mujer llamará a emergencias.

—Abuelita —Rayco hacía compañía a la abuela en el suelo.

El lazo del amor lleva a qué el problema de uno, tire al otro y luego al siguiente, como una cadena de Dominós.

—Dame tu mano, Ray, estoy bien mira —apretó los dedos del menor. 

 

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Días nubladosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora