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—Abuela, mira lo que he comprado —señaló efusivamente una bolsa de plástico verde que no permitía ver el interior

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—Abuela, mira lo que he comprado —señaló efusivamente una bolsa de plástico verde que no permitía ver el interior.

Su caminar por la calle es apresurado. Una pierna se atraviesa delante de la otra y sumado con la prisa, sus pies están a punto de enrollarse en varias ocasiones. Por las ansias de llegar a casa nunca se enteró ni mucho menos lo sintió.

Para atender el llamado de su nieta, Dolores se inclina lentamente y deja en el suelo la cubeta con la que acarrea agua para regar sus plantas.

Su interés por conocer lo que oculta el interior de la bolsa es a raíz de no tener opciones del producto que convenció a Faina de gastar dinero.

—¿Qué es? —pregunta aún cuando la hermana mayor se encuentra por la banqueta.

—¡Una plancha! —le respondió emocionada, introduciendo su mano para extraerla—. Ray podrá ir con su uniforme bien planchado a la escuela a partir de ahora y siempre —no hubo quien le bajará el buen ánimo aquel día.

—Corazón, debió de costar muy caro —recibió el artículo doméstico y lo sujetó con cuidado, como si fuera de cristal.

—Descuida, la compre de segunda mano en un tianguis, el muchacho me aplicó descuento —explicaba con una sonrisa, que de haber podido, hubiera llegado de oreja a oreja.

Dolores le pasó un dedo por una mancha amarillenta que adorna la pintura blanca.

La consoló el descuento puesto que la marca resultaba ser de alta gama y su precio, al ser un producto nuevo, es muy caro. Con un buen cuidado y mantenimiento duraría bastantes años, pensó.

Se adentraron juntas a casa, buscando al menor de la familia.

La noticia superó la felicidad de su hermana. ¡Sabía que ella era como una madre debía ser!

Con ayuda de la abuela, practicaron toda la tarde y aprendieron a alisar la ropa.

Recientemente los rayos atravesaban las cortinas violetas de la habitación, anunciando un día nuevo. Fue la señal de Rayco para despetar.

De una mañana a otra, su sensibilidad a la luz cambió drásticamente.

Colocándose de pie en el colchón y con la intención de dar brincos, llamó a su hermana.

Por el contrario de Faina, desde el nacimiento del menor, su sueño era ligero igual que una pluma de ave.

—No, no —se incorporó—, ni lo pienses. ¡Vas a resaltar los resortes! O peor aún, te lastimaras con uno. Ve al suelo, anda.

Se sentó en el borde de la cama y no pudo evitar reír por la energía de su hermano.

En sus cuatro años cursando grados escolares nunca se había despertado por voluntad propia.

—¡Voy a ir a la escuela! —su entusiasmo más los saltos, despertaron a su abuela.

—Corazón, es muy temprano. Duerme otro rato... —dijo somnolienta.

—¡Tengo que ponerme mi uniforme, abuela!

—¡Tengo que ponerme mi uniforme, abuela!

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Días nubladosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora