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El barullo de las máquinas ni las conversaciones ajenas atrapaban la atención de los adolescentes que compartían una mesa en la esquina del local atestado con iluminación neón en diferentes colores y de la propia luz natural gracias a los ventanal...

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El barullo de las máquinas ni las conversaciones ajenas atrapaban la atención de los adolescentes que compartían una mesa en la esquina del local atestado con iluminación neón en diferentes colores y de la propia luz natural gracias a los ventanales de cristal.

—¿Cuál es la razón por la que adoras tanto las fresas?

Meneo con delicadeza el interior del vaso de fresas con crema. Alzó la mirada tras un momento de suspenso. El acentuado color oscuro de sus ojos atrajeron a Deo.

—En televisión transmitían un programa que se llamaba «Tarta de Fresa» y el personaje principal se llamaba...

—Rosita Fresita —dijeron juntos.

Faina asintió divertida.

—Exactamente —concordó.

—De vez en cuando lo veía, pocas veces —comentó Deo vagamente.

—Claro —ironizó ella—, ¿qué te puedo decir? Había fresas en cada episodio... bueno, había una variedad de frutas pero mi atención se las llevaban las fresas que se me antojaban en todo momento y cada que tenía la oportunidad de comer un producto con fresas, no la desaprovechaba —alzó una de sus pobladas cejas.

El recuerdo erizó su piel y los sentimientos de esa época florecieron de nuevo.

Cuando asistía al preescolar, las madres de sus compañeros les enviaban frutas y alguno que otro dulce y bebidas de frutas. Faina siempre tenía una botella de agua, tortillas, de vez en cuando leguminosas y a largos ratos una manzana o un plátano.

Nunca se sentaba más de tres veces con las mismas personas en el recreo. Los niños no se lo permitían, no les resultaba agradable que Faina repitiera que su comida sabía deliciosa y que había sido preparada por su abuela. Era el tipo de comida que ellos evitaban a toda costa comer así que mejor optaban ir en busca de otro rincón en el cual alimentarse. Cerraban sus loncheras y corrían, dejando sentada sola a su compañera.

Lo que ellos no hubieran podido entender era que Faina intentaba convencerse a sí misma que no deseaba probar los alimentos de sus compañeros, en su mente tampoco cruzaba la idea de pedirle un lonche diferente a Dolores, sabía que no le era accesible y no quería verla triste en el momento en que se lo negará.

No le agradaba que su abuela se sintiera triste y nunca le agrado.

Por eso, cuando alguna vez alguien le convidó un trozo de barritas de fresa, cuando compró un helado de fresa por primera vez y la vez que Cecilia les regaló una bolsa de uvas, atesoraba mucho esos recuerdos.

—Comprendo —dijo Deo con el paladar a tope de nieve de vainilla—. Me gustaría también tener una historia tan conmovedora para alabar este vasito de nieve amarillento pero solo me gusta y ahí muere —miró con pena el recipiente casi vacío.

Faina se rio a la vez que parpadeo muchas veces, en un acto por eliminar las lagrimas que advertían con salir. Atrajo la atención de algunos comensales. Mordió su labio inferior al darse cuenta, impidiendo carcajearse de nuevo. Sin embargo, Deo le fue un obstáculo.

Días nubladosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora