Despertó muy temprano para alistarse, usó alguna que otra de las prendas que Cecilia le había obsequiado recientemente buscando verse presentable para una entrevista.
Se observó frente al espejo, le causó gracia que el pobre objeto estaba ya muy desbaratado. El marco se desprendió de la parte superior dejando ver los clavos que lo unían a la madera de la parte lateral. Lo que lo salvaba de verse feo eran las calcomanías de Cars, Cenicienta y Blancanieves pese a que perdieron su color intenso por cada limpieza seguida que Faina realizaba.
Depositó un beso en la mejilla de su hermano como siempre hacía antes de marcharse y lo arropo mejor. Cada que Ray dormía, era un remolino en la cama, algunas noches dejaba sin cobija a su hermana y otras era para ella sola. Pero al despertar, culpaba a Faina de quitarle su parte y no creía lo inquieto que era entre sueños cada que Dolores se lo comentaba.
La abuela, que estaba despierta, bendijo cariñosamente a Faina y entonces, ya con sus rituales de siempre y sintiéndose protegida, salió de casa.
Esperó en la acera y unos minutos después salió el hijo de la vecina. Por la ventana se asomó Cecilia. Faina se despidió de ella con la mano.
Durante el camino se debatió en preguntar sobre el trabajo, algún consejo o las ganancias, cualquier cosa que los mantuvieran entretenidos y no en un incómodo silencio.
Desistió, si él no había hablado era porque prefería el silencio. Él estaría en paz mientras ella le siguiera el paso y no lo retrasara.
Para eso era buena Faina, sus piernas largas la ayudaban.
Cuando más concentrada estaba en sus pensamientos, su vecino entró a un local y ella siguió de largo andando sola, el chico le chiflo para que se devolviera.
«No soy un perro» se quejó en sus pensamientos. Volvió casi corriendo.
La calle se encontraba vacía y en contraste con el interior del local, era una locura. estaba repleto de gente en cada rincón.
Sus dudas se aclararon cuando se atrevió a preguntarle al hijo de Cecilia sobre lo que pasaba ahí dentro. Él la dirigió a una sección en la que la esperaba una larga fila para ser interrogada antes de, probablemente, ser contratada.
Volteó atrás, se encontraba de penúltima en la fila.
Vio pasar ajetreado en muchísimas ocasiones a su vecino. Era normal el descontrol y la prisa que todos tenían siendo que aún había mucho por acabar para la inauguración del bar esa misma noche.
A Faina le sorprendió lo lujoso del establecimiento, ya no le era muy buena idea tocar puerta en ese lugar. «¿Si rompo un vaso?» se cuestionó, «me van a descontar mucho del salario por la millonada que valen».
Inclinó la mitad de su cuerpo fuera de la fila para calcular aproximadamente cuántas personas estaban delante de ella. Su mirada se desvió a la puerta trasera por la que ingresó.
La espera era larga y su estómago reclamaba por comida. Resignada, se obligó a quedarse; por las horas que ya llevaba esperando, por su familia y por el posible empleo.
De pronto la fila avanzaba más rápido y entonces noto que ingresaban de dos en dos. «¿Entraré con el chico de atrás o con la chica de enfrente?» se preguntó. Miró a la chica, no se miraba taaan amigable, volteo atrás:
—¿Estás nerviosa? No dejas de moverte de un lado al otro, me das toc.
—Disculpa —respondió cohibida y se colocó como soldadito sin moverse.
—Ya. Me causa más estrés que parezcas una estatua —le volvió a hablar el chico de atrás.
—Oh —levantó y dejó caer las manos dando media vuelta—, decídete.
El chico se rio sin descaro alguno.
Charlaron durante fragmentos cortos hasta que pasaron juntos.
—¿Eres mayor de edad? —preguntó un hombre que ni las caras les miró.
Faina creyó que le preguntaban a él, así que no respondió.
Él espero que Faina respondiera, como no lo hizo, le hizo una seña para que se animara. Ella negó, sin saber por qué.
El hombre levantó la cabeza.
Faina notó algo en aquel hombre, una sensación no muy agradable.
—Yo sí soy legal —habló él sin titubear. Sacó su carnet de conducir para demostrarlo.
A Faina le costó aclararse la garganta para hablar, una profunda indecisión se apropio de ella.
—Eh, yo no —confesó.
Tras una serie de preguntas que respondía el chico a su lado y luego ella, llegó el resultado.
—¿Cuáles son sus nombres?
—Leonardo.
—Isabela —mintió usando el nombre de su madre.
—Están contratados —explicó los pagos, eran cifras tan altas que Faina creía falsas, sus puestos y horarios por el momento—. Leo, te quedas, busca abajo al jefe, él te dirá que hacer. Bella, si para cuando cumplas la mayoría de edad sigues aquí, hacemos contrato oficial. Por mientras, será sin el, no te preocupes por los pagos; cumple los turnos y no habrá problemas. Ah, regresa a las siete de la tarde pero antes acércate a la barra, pide tu uniforme de mesera. Maquíllate y péinate, haz que parezcas mayor de edad.
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Días nublados
Short StoryHay momentos en la vida que nunca entenderemos por qué nos ocurren, como: ¿por qué perdí mi suéter favorito? ¿por qué se cayó mi comida al suelo? ¿por qué el semáforo tardó tanto en cambiar? ¿por qué el chofer del autobús no me esperó si estaba apre...