El trabajo la mantuvo del tingo al tango que cuando menos pensó, él día llegó y su organismo decidió que era buen momento para dramatizar.
Pasó una vez más las manos por su overol floreado, nerviosa.
Le preguntó por enésima vez la hora a Dolores. Su abuela le daba la hora exacta, justo cuando puntualmente, los nudillos de Deo llamaron a la puerta.
El estómago de Faina se contrajo y contra todas sus fuerzas se puso de pie y lo recibió.
—Vayan con cuidado —bendijo a ambos.
—¡No vamos a regresar tarde! —prometió Deo a la adulta mayor.
Faina alzó su mano y se despidió con una sonrisa radiante.
—¿Deo tiene mascotas peligrosas? —interrogó al chofer—. Me ha hablado de algunas, habla de ellas como si fuesen ángeles pero yo creo que el miente. Alguna debe ser un diablito —Faina, con toda la confianza del mundo, se encontraba metida entre los dos asientos delanteros.
—¡No miento! —se defendió Deo a su lado.
—No le creas al niño —dijo el chofer. Faina giró su cabeza para ver a Deo con una expresión de «¿Ves? Sabía que mentías»—. Tiene una bestia en el ático, que ataca en las noches —el hombre hablaba bajo, solo para que ella lo escuchara.
Faina jadeo.
—¿Usted lo ha visto? —siguió su juego.
—No, me voy antes del anochecer.
—Bien, ya lo anote, no dormir en casa de Deo.
El chofer se rio.
Las calles por las que transitaron le fueron familiares, transitaba por algunas cuando iba al antiguo trabajo de su abuela.
Ese detalle comenzó a ponerla nerviosa, Deo vivía en una sección en la que solo la gente de clase alta podía permitirse vivir. Lo opuesto a su hogar. Ya sabía del estatus de su amigo, sin embargo, eso no hizo que se intimidara menos.
Las expectativas de la casa no fueron comparadas con la sorpresa que se llevó. Para Faina, la casa de Deo parecía un imperio; era preciosa. Por preciosa no la relacionaba con costosa, para nada. Era lo contrario en realidad; se veía hogareña. El color rosa vivo en ciertas partes estratégicas de la fachada la hacían lucir llamativa al lado del café apenas visible. Los juegos al costado de la casa, el tejado con mesa y asadores para comer allí y la mini cancha dejaban interpretar que una familia pasaba mucho tiempo en casa.
Esa casa resaltaba entre las otras.
Las primeras en recibir a Faina en ese hogar fueron algunas de las mascotas de Deo, dos perras blancas chiquitas y peludas, de raza Bichón Frisé, eran como una bola rodando por el suelo.
Nayla, que se encontraba en la cocina terminado últimos detalles, escucho la llegada de su auto, secó sus manos ansiosa para recibir a la visita. Cuando cruzó la puerta de casa, el voluminoso cabello oscuro de Faina atrajo su atención. Detuvo su andar un momento y cuando su hijo levantó la vista y le sonrió, devolvió la sonrisa y se acercó.
—Faina —atrajo su atención, la aludida dejó de hacerle cariño a las mascotas y levantó la cabeza, encontrándose con una mujer de mirada fría—, ella es mi madre. Mamá, ella es Faina.
Las comisuras de la adolescente se extendieron genuinamente. Por su parte Nayla, que esperaba que fuera diferente, la imitó.
Fue el único momento en el que Faina se sintió recibida, aunque se forzó a interpretarlo así.
El padre se retrasó unos minutos y cuando se presentó la situación fue idéntica a la de Nayla.
Ambos les pareció que eran intimidantes y que no se reían tan fácilmente. Supo que le iba a costar caerles bien.
Se preguntó cómo es que Deo nació de esa relación, no se les parecía salvo por la apariencia física.
—Mi madre tuvo que ayudar con el puré —explicó Deo—. Yo tampoco soy hábil en la cocina, aún, así que he recurrido a la experta.
—Vaya desastre tuve que reparar.
—Pues ha quedado muy bueno —halagó la chica.
Deo hizo una ligera reverencia, recibiendo el cumplido por completo.
—Faina, ¿a qué colegio asistes? —indagó la madre, sin rodeos.
Si en manos de Deo hubiera estado la posibilidad de evitar que la respuesta llegara a ella, no habría desaprovechado la oportunidad, pero no había manera de frenarlo.
Faina tragó su comida y respondió.
—¿Ibas? —observó la señora pero no fue de lo único que se percató, el nombre del instituto no era uno que ella conociera, por lo que dedujo que recibía educación gratuita.
—¿A cuál estás acudiendo actualmente? —esa vez fue cuestionamiento el padre.
—A ninguna, señor —se sintió como un soldado indefenso.
Deo aplano sus labios, la comida ya no le sabia bien.
—¿Por qué?
—He tenido que trabajar desde que mi abuela sufrió un accidente, se recuperó de ello pero su salud está un poco mal y yo no puedo permitir que trabaje.
Mientras narraba la situación, los padres de Deo se observaron y llegaron a una misma conclusión:
—Y tus padres, ¿no trabajan? —fue Nayla quien preguntó.
Esa era la pregunta que Faina sabía que llegaría muy pronto.
—Mi abuela es la mujer que me ha criado desde que nací, por ende, ella cumple el rol.
Deo carraspeo su garganta, fingiendo que se ha atragantado y distrae a sus padres un momento. Faina intentó levantarse para auxiliarlo aunque no tuviera la menor idea de qué hacer.
—Ya pasó, descuida —dijo Deo pronto al verla preocupada.
—¿Todo bien, Deo? —preguntó el padre.
El adolescente asintió con una sonrisa.
—¿Cómo se encuentra tu abuela? —preguntó la madre con interés, volviendo el centro de atención a Faina—. Mencionaste que está delicada.
Faina explicó un poco sobre los síntomas que su abuela había sentido en los últimos meses.
Para su tranquilidad, no indagaron sobre el lugar donde laboraba por que un club nocturno no podría parecerles decente, menos siendo menor de edad.
Los padres hablaron sobre los logros de Deo, algunas amistades y asuntos de noticias. Lo que hizo amena la conversación, Faina pudo respirar.
Al acabar de comer, los padres se ocuparon en una llamada de imprevisto y para matar el rato antes de ir al partido, Deo la invitó a caminar por el patio para conocer la casa de las mascotas. Al cruzar por el pasillo, Faina se percató de los retratos de una niña colgados en la pared.
Se preguntó qué tan lejos podría encontrarse la hermana de Deo.
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Días nublados
Short StoryHay momentos en la vida que nunca entenderemos por qué nos ocurren, como: ¿por qué perdí mi suéter favorito? ¿por qué se cayó mi comida al suelo? ¿por qué el semáforo tardó tanto en cambiar? ¿por qué el chofer del autobús no me esperó si estaba apre...