Los pasos de Nayla avisaron su llegada, para cuando se asomó desde el umbral de la habitación de su hijo, Deo ya se encontraba observando en esa dirección esperándola.
—Viajaremos dentro de una semana. En la madrugada hubo una tormenta azotando la ciudad, cancelaron los vuelos, así que esperaremos que se calme —un suspiro abandonó sus labios, indecisa de lo que diría—. Podrás ver a Faina este tiempo, pero después te vas.
Deo casi se atragantó con su saliva, cerró el libro que cargaba en sus manos sin siquiera marcar la página donde se había quedado.
—¿En serio?
—Solo si no harás dramas a la hora de marchar.
Lo que menos quería en el mundo era irse a la punta del planeta, tan lejos de Faina, pero no podía discutirlo en ese instante, que lo dejaran convivir con ella en su última semana en la ciudad era un regalo, porque si sus padres lo hubiesen querido, lo habrían castigado sin considerar mínimamente en la posibilidad de volver a verla y lo obligarían a abordar el avión.
Fueron muy amables tras su escapada a decir verdad, así que no tuvo más remedio que aceptar.
—Está bien. Gracias —le obsequió una ligera sonrisa a su madre.
—Termina tu maleta, tenla lista —cerró la puerta detrás de sí.
Deo siguió el trayecto de la madera y esperó ansioso el clic de la cerradura, cuando lo escuchó, se acercó a su escritorio y desconectó el cargador del celular y de la corriente eléctrica.
—Hanna, Zaid, necesito su ayuda —leyó en voz alta mientras texteaba en el chat de sus amigos. Cambió a su siguiente chat objetivo—. Felinos, tenemos una última misión, el último partido y nos despedimos.
Pronto, en ambas conversaciones los mensajes abundaron a su favor.
—Hola, buenas tardes, soy un estudiante de Mileto y tenemos un proyecto que queremos llevar a cabo en su centro —hace una pausa, escuchaba atentamente el otro lado de la línea telefónica—. ¿Puede recibirnos esta semana? —Hanna hace unas señas a Zaid para que guarde silencio—. Muchas gracias, estaremos ahí puntuales.
—¿Te dijeron que sí? —preguntó apenas se separó el celular de la oreja.
Hanna movió su cabeza de arriba abajo anonadada, sin poder creerlo.
—Llamemos a Faina —se giró entusiasmada hacia unos estudiantes que se acercaron a la mesa—. ¡Gracias por su cooperación!
Deo la ayudó a recibir los productos.
Al cabo de unas cuantas horas, junto a los integrantes del equipo Felinos, subieron cajas llenas de despensa a la camioneta de Hanna.
—Aprecio mucho que me estén apoyando en esta causa tan valiosa. Nos veremos aquí mismo, mañana, descansen —dijo Deo, despidiéndose de sus jugadores.
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Días nublados
Short StoryHay momentos en la vida que nunca entenderemos por qué nos ocurren, como: ¿por qué perdí mi suéter favorito? ¿por qué se cayó mi comida al suelo? ¿por qué el semáforo tardó tanto en cambiar? ¿por qué el chofer del autobús no me esperó si estaba apre...